Aquella mañana, una vez más, tuvo ganas de tirar el despertador por la ventana y continuar durmiendo. Comenzaba a hacer frío, los días eran más cortos y aunque hubiera cambiado la hora, seguía siendo de noche cuando tenía que levantarse. La seguridad de las sábanas de franela y el edredón, eran demasiado confortables como para ser capaz de franquearlas. Pero tenía que levantarse si quería llegar a tiempo. Nunca le había gustado madrugar, ni siquiera ahora cuando le era imposible permanecer en la cama más allá de las ocho. Hacía seis años que unas personitas vinieron a ocupar su casa llenándola con sus llantos y sonrisas, adueñándose también de su tiempo de ocio y descanso: Cambiándole por completo la vida.
La cara que encontró en el espejo la dejó petrificada, pero no podía entretenerse. Su cuerpo continuó su cronometrado ritual: ya había puesto a calentar el baño y el agua, se dio una ducha calentita (hasta estos momentos de intimidad, se habían transformado: si sus polluelos estaban despiertos entraban continuamente en el baño dejando la puerta abierta, convirtiendo en inútil el haber puesto la estufa), peinó su larga melena rizada llenándola de espuma blanca para que sus rizos se formaran adecuadamente y no pareciera una bruja, maquilló su cara de forma natural, sin que se notara pero cubriendo las pequeñas imperfecciones, eligió una ropa cómoda y funcional, mocasines planos, y perfumó su cuerpo con un aroma floral suave pero muy agradable (había aprendido a hacer todo esto en un tiempo record: antes empleaba una hora en su aseo, ahora menos de un cuarto), mientras su mente viajaba a otros tiempos y lugares…
Los cincuenta y siete kilos con los que comenzó la carrera (hace ya quince años) se habían dado la vuelta y convertido en setenta y cinco. Estaba demasiado delgada en aquel entonces, algunos kilos la hubieran favorecido, pero no tantos como tenía actualmente. Seguía sin acostumbrarse a la cara alunada en la que empezaban a aparecer (como diría algún anuncio) los primeros signos de la edad. Hasta ahora no le había importado cumplir años, siempre le echaban más de los que tenía y decir su edad la hacía sentir más joven, pero las cosas hacía tiempo que habían comenzado a cambiar. Ya no le gustaba tanto que pensaran que tenía más edad y mucho menos aparentarlo. Desde que inició la treintena, la cuenta atrás había comenzado, el tiempo corría despiadadamente veloz, sabía que se acercaban las navidades, carnavales, Semana Santa, final de curso, verano, inicio del curso siguiente, comienzo del otoño e inevitablemente… de nuevo volvería a ser su cumpleaños, sin casi haberse dado cuenta.
Recordaba como si fuera hoy la emoción que sentía al hacer las prácticas y más aún cuando comenzó a trabajar. La ingenuidad que la hacía pensar que la gente es buena por naturaleza, confiando en ellos desde el primer momento… La ilusión por aprender una profesión que la entusiasmaba… El miedo a lo desconocido, a no servir para esto, a no ser lo suficientemente buena… La alegría que sentía cuando atravesaba las puertas de un hospital (su olor, su luz, su ambiente… la embriagaban). La inmadurez de creerse madura, experimentada en la vida cuando sólo estaba empezando a descubrir su dureza… La valentía para enfrentarse a todos sus temores e inseguridades con el aplomo de una verdadera adulta… Todas estas, y seguramente muchas más, eran las sensaciones de una “indefensa” criatura de diecisiete a veinte años.
Continuará…
2 respuestas a “PIJAMAS DE COLORES (1ª parte)”
Muy bueno. Casi parece sacado de la realidad. ¿ Para cuándo la segunda parte ?
En este caso, Escipión, es cierto que hay mucho de realidad. He aprendido, a fuerza de escribir, y gracias a los cursos, a explorar otros lugares, intentando salir de mí misma.
Gracias por el comentario. La segunda parte está al caer…