Ese ocho de abril de mil novecientos ochenta y cinco, iba a ser único para Luisa, pero ella aún no lo sabía.
Se levantó como cada mañana muerta de sueño, sin haber salido del todo de los brazos de Morfeo. Era el momento del día en el que su cabeza iba mucho más rápido que su cuerpo. Cuando sus neuronas hilvanaban historias que ni siquiera ella comprendía.
Se puso el pichi azul, sobre la camisa blanca abotonada, los calcetines y los zapatos marrones, mientras se veía a sí misma de mayor, vistiéndose para acudir a un trabajo importante.
El día en el cole transcurrió con normalidad, entre miles de conocimientos nuevos, conversaciones divertidas y partidos de baloncesto. Se disponía a tirar desde la línea de tres puntos cuando escuchó por la megafonía: “Luisa Moreno Santana acuda a la portería”, finalmente tiró, pero el balón pasó por encima del tablero. Miró a sus compañeros buscando respuestas, ellos levantaron los hombros, regañaron la cara…
—Bueno me voy —dijo con voz temblorosa.
La última vez que había ocurrido algo parecido fue cuando avisaron a Candi y no regresó en una semana. Su padre había fallecido.
Cuando llegó a la entrada, la señorita Puri estaba sentada en su silla negra, como siempre, hablando por teléfono. Al ver llegar a la alumna tapó el auricular con su mano y le dijo— Sube a clase a buscar tus cosas, han llamado tus padres diciendo que venían a buscarte. “¡Al menos seguían vivos! ¡Qué guay que vinieran los dos a recogerla!”, pensó.
A través de las ventanas del aula vacía, escuchaba el canto alegre de los pájaros. Rápidamente revolvió los libros, tratando de recordar qué debía estudiar para el día siguiente. Intentó dejarlo todo lo más recogido posible, pero el orden no estaba entre sus virtudes.
Por fin bajó de nuevo y se sentó a esperar en el banco largo de madera, sin poder contener el movimiento de la pierna que tenía cruzada sobre la otra.
Entonces se oyó el timbre, la señorita Puri, sin mover ni un pelo de su perfecta melena rubia, le dio al botón que abría el portón de ébano. Tras ella sus padres sonreían y tenían los brazos abiertos.
— ¡Ya eres tía! —gritaron al unísono.
— ¿De verdad? —la niña corrió a su encuentro sin parar de dar saltitos— ¿De verdad?, ¿De verdad?
— ¡Es tan linda Luisa, tan gordita! Creo que va a tener los ojos azules como la madre.
Entonces dejó de saltar y disimuló como si se concentrase en ver bien los escalones mientras bajaban hacia el aparcamiento.
— Vamos al Materno para que la veas —Luisa la observaba por el espejo retrovisor: era incapaz de quitar la sonrisa del rostro— ¿Es que no te hace ilusión tener una sobrinita?
— Claro mamá, soy la única de la clase que la tiene —sus ojos recuperaron un poco de brillo mientras lo pensaba— A ver… cuando yo tenga veinte… ella tendrá los mismos años que tengo yo ahora. ¡Qué divertido! La llevaré conmigo al cine, a la playa…
Continuó mirando a través de los cristales del coche, el camino se le hizo eterno. Finalmente aparcaron en una explanada.
— Pasaremos primero a la tienda. Tendremos que llevarle primero un regalito a la madre por el esfuerzo y a la niña para que recuerde siempre cuánto la quieren sus abuelos —sentenció su padre. Sólo tras esta frase descubrió que ya no tenía corona.
Entraron en la habitación mientras Luisa mantenía la mirada en los uniformes de las enfermeras, unos con muñecos, otros con ositos… pero era incapaz de ver los detalles por la rapidez con la que se movían.
— ¡Hola Luisa! Vete y lávate las manos para que puedas coger a Clara.
Su cuñada sostenía en brazos una cosa envuelta con una sábana blanca, los ojos cerrados, la boca diminuta y unos mugrientos pelos verdes. “¡Qué es bonita dice, si parece un extraterrestre!”
Aquel ocho de abril el extraterrestre pasó a ser el centro del universo.
Escrito el 27 de abril de 2010
6 respuestas a “DESTRONADA”
Me encantan tus historias, sencillas, sin recovecos y como escritas por una mujer con la inocencia intacta. De verdad, como un soplo de brisa fresca al abrir la ventana. Así es como yo leo tus historias.
Te felicito de corazón por estos textos.
Un abrazo, Raquel.
Muchas gracias piper, me animan mucho tus comentarios. Soy una aprendiz tan inocente que tengo hasta «crisis literarias» prematuras con frecuencia, que me impiden seguir avanzando. Ánimos como los tuyos me dan un pequeño empujón. Mil gracias.
Un fuerte abrazo.
A CUALQUIER EDAD CUESTA SER DESTRONADO PERO ES VERDAD QUE A LA EDAD QUE ME PARECE QUE TIENE LUISA EL INSTINTO MATERNAL PUEDE MÁS QUE LOS CELOS… YO TUVE UN HERMANITO A LOS 12 AÑOS Y AQUEL AÑO SUPENDÍ CURSO… ME LEVANTABA A LAS 4 DE LA MAÑANA PARA DARLE EL BIBERÓN Y CAMBIARLE… Y SIN RECHISTAR… LO CURIOSO ES QUE CON MIS HIJOS SÍ QUE RECHISTABA… UN ABRAZO
Yo fui el bebé al que mis hermanos cuidaron. A mis sobrin@s me hubiera gustado cuidarl@s más de lo que pude. Hay niñas que tienen el instinto maternal desde chiquititas: los pequeños las buscan a ellas, y ellas buscan continuamente tener a quien cuidar. Siempre fui madre, antes aún de serlo de verdad.
Gracias por ir dejando tus huellas en mi playa.
Un besote fuerte.
Yo también aún soy un poco extraterrestre…. jijijiji y el pelo verde mola!!!!!!jajajja
me ha emocionado tu historia, no es fácil ser el centro del universo… sobre todo no es fácil hacerte mayor y aprender que no lo eres…
un besoteee
¿Recuerdas que te dije que la hermana de la niña del perrito aparecería en algún relato? Cumplo mis promesas.
Todos somos un poco extraterrestres según quién nos mire. Ser destronada es una experiencia que vivimos de niños y nos ayuda a prepararnos para la vida futura como adultos.
Un besote fuerte.