A pesar del somnífero de anoche, abrí el ojo desde que entró un poco de claridad a través de las cortinas.“Hoy es el gran día” pensé saltando de la cama. Durante mis cincuenta y seis agitados años, nunca había vivido un amanecer tan emocionante como el de hoy. Esta noche por fin la Selección jugaba la final del mundial. Tendríamos fiesta de gala en el salón. Mi hijo Pablo de veintitrés años invitó a su grupo de amigos a ver, en las cuarenta y dos pulgadas de su pantalla plana recién estrenada, el gran acontecimiento. ¡Cómo me hubiera gustado tener su edad tal día como hoy! Formar parte de ese “grupete” para poder celebrarlo después con unas “birritas” por las calles de la ciudad: exultante, entre pitas, gritos y cánticos. Pero eso sería si ganaban. Aunque ya era todo un triunfo ser finalista. Sólo pensarlo impulsaba unas lagrimitas a la esquina de mis ojos.
A estas alturas sentía que pocas satisfacciones me esperaban. Mi compañera de vida hacía dos años que se había marchado a otra dimensión, por fin era libre. La depresión que viví tras su larga enfermedad y su cruel desenlace, terminaron con mi capacidad de trabajo. Al menos podía permitirme vivir de las rentas. Dentro de poco Pablo se licenciaría y se valdría por si mismo. Entonces yo podría acompañar a Laura en el mar de la tranquilidad.
Pero desde hace días sólo pensaba en la gran final. Después del fallo de Cardeñosa en el Argentina 78, la pifia de Naranjito y continuar decepción tras decepción cada cuatro años, por fin la mentalidad del país se había transformado de un “mucho ruido y pocas nueces” en un “podemos”… El día se hizo eterno, y eso que me pasé el domingo pegado al televisor, mientras Pablo venía del supermercado y se encargaba de los preparativos, yo casi no despegaba los ojos de la pantalla, en algún momento me pareció escucharle: “es como si no estuviera”. Empezaron a llegar los invitados yo los saludaba con un ligero movimiento de ceja, tenía que estar concentrado. El himno lo escuchamos como los jugadores, todos abrazados. Pablo a un lado y una joven espectacular al otro. Soñé de nuevo con tener treinta años menos. Casi cien minutos de infarto, no sin algún que otro susto, nos llevaron por fin a la gloria de ser campeones del mundo. Una enorme sonrisa me llenaba la cara, sabía que así estarían también el resto de los españoles.
Los jóvenes estaban impacientes por salir a celebrarlo, el sonido de la calle no dejaba lugar a dudas: estábamos en la cima del mundo. Una noche más volví a recordarle a mi hijo que no se montara con nadie que fuera bebido. Si no encontraba taxi no debía dudar en llamarme. Dejaría el móvil en la mesilla y no me doparía esa noche, esperaba que el placer de la victoria me indujera el sueño. Pablo me dijo que no me preocupara con cara de “¡qué pesado es el viejo!” y me dio un beso en la frente. Este gesto era muy revelador: cuando envejecemos nos tratan como a niños indefensos.
A las cinco de la mañana sonó el teléfono:
― ¿Dónde estás hijo, que voy para allá? ―dije aún adormilado.
― ¿Es usted Federico Rivero padre de Pablo Rivero? ― Sí …(no pude añadir nada más).
― Yo soy Julio Pérez (¡qué me importaba su nombre!) teniente de la Guardia Civil… (fui incapaz de escuchar el resto).
Me vestí con la ropa sudada y mal colocada del perchero, me movía como un autómata. Sin saber bien cómo estaba dentro de un taxi que me llevaba camino de no sabía bien dónde. “¡Mira que le dije que me llamara, que no se subiera con nadie bebido!” me torturaba. No sabía si era más intenso el dolor sordo o la rabia que me producía la desobediencia. Me sentía seco por dentro. Cuando llegué al lugar, alguien vestido de verde me explicó que: mi querido hijo se encontraba en la parada de taxis cuando un borracho futbolero, le pasó su cuatro por cuatro por encima.
Desde luego hoy era el gran día, la prueba de que tanto empeño en su educación no había sido en balde. Sin embargo yo no podría soportar otro día de sepelio, de pésames, de guardar recuerdos en cajas para hacerlos menos presentes. No soportaría un mañana en completa soledad, sólo quería estar con ellos, que volvieran a cogerme la mano y a besarme en la frente. Entonces me acordé… en el cajón de la mesita me esperaba el pasaporte hacia la paz en familia. Sólo sería cuestión de horas poder estar de nuevo todos juntos.
Escrito el 8 de julio de 2010.
4 respuestas a “EL PASAPORTE”
Leer tu relato en un día como este acongoja el alma. Me has dejado de piedra. Lo peor es pensar, que en algún recóndito lugar, esto pueda ser algo bastante cercano a la realidad.
Un abrazo.
Si, la verdad es que hoy apetecería algo más festivo, pero es cierto que muchos españoles tendrán esta alegría mezclada con sus desgracias personales. Esto es, probablemente, un humilde recuerdo para todos ellos.
Un abrazo piper.
Tu relato es terrible. Es una pedrada.
Hola Juan C, bienvenido a mi playa. Espero que además de pedradas vayas descubriendo por aqui alguna cosilla más agradable.
Un abrazo.