Colocó su silla a los pies del lugar donde el mar iba a morir. El viento venía del océano, refrescando su cuerpo con minúsculas gotas saladas. No permitía que se escuchara otra cosa que la violencia del mar. Sólo de vez en cuando alguna voz infantil saltaba una ola. Ella se entretuvo, como tantas veces, observando a la gente…
Pasó una pareja joven de la mano, ella con bikini amarillo, él con bermuda del mismo color. Desde luego no buscaban pasar desapercibidos: serían claramente visibles en un naufragio.
A la derecha de su silla, a escasos metros, llegó un padre con sus tres hijos. La mayor de seis o siete años se fue directa al agua. No podía dejar de vigilarla, tan acostumbrada como estaba a esa tarea. El padre se sentó en la arena mojada, le pidió el cubo al de tres años que acudió veloz a cumplir con su misión. Mientras el hombre construía torres y zanjaba hoyos, él se dedicó a escalar por su espalda. El pequeñín no llegaría a los dos añitos, parecía frágil, su papá lo abrazaba, lo mimaba, mientras el segundo seguía luchando por no ser olvidado, pisoteándole las piernas. Ella pensaba en lo gratificante de una familia numerosa y a la vez en el arduo trabajo diario que suponía.
Entonces a su lado pasó una niña en dirección al mar. Su brazo derecho extrañamente torcido y la pierna del mismo lado algo perezosa en sus movimientos, la espalda demasiado doblada. Calculaba que tendría ocho o nueve años. A ráfagas, el aire se volvía caliente. En ese momento lo hizo, trayendo con él, mezclado quizá con la visión de la niña, un poso de tristeza. Pensó de forma abstracta en todas las familias que luchaban a diario contra el sufrimiento infantil. Por momentos se convertían en demasiado frescos los recuerdos, insoportables.
Enlazados de la misma cuerda, pensó en aquel adolescente tan querido, el niño de la luna particular, que vivía ahora alejado de los suyos para tratar de apaciguar su irrefrenable violencia, contra él y su familia. Pensó también en aquel anciano que tanto le había dado. Aquel hombre de pelo aún negro y rebelde. Aquel buen hombre atado a una máquina por el abdomen durante la noche y parte del día. Las ganas de llorar se hicieron entonces casi incontrolables. Esa mañana se despertó con la sensación de su muerte cercana. No podía ser, aún no.
Jamás sabría si fue el viento, la niña con problemas de movilidad o sus hormonas, las que transformaron su tranquilidad en tristeza. ¿Podemos controlar nuestras emociones? Ella no sabía cómo, habitualmente eran ellas las que la gobernaban.
La marea había ido subiendo, obligándola, al menos en cuatro ocasiones, a retrasar su posición. El viento era ahora aún más violento. Las gotas saladas casi la empapaban, empañando sus gafas. La poca arena seca que la rodeaba la estaba dejando como a una duna solitaria.
Hoy el amo de la playa era él, expulsando del lugar a sus momentáneos moradores. La pareja amarilla volvía sobre sus pasos, el padre le quitaba la arena a los niños en la orilla, la niña comía sandía sobre una toalla. Ella sabía que aunque el viento se hubiera vuelto desconsiderado, al menos a veces, refrescaba. Cuando subiera la montaña de regreso el calor sería insoportable.
El mar, por si aún no se había enterado de que era expulsada de aquel reino, corrió a sorprenderla amenazando con llevársela a sus profundidades si no obedecía de una vez. Al menos esperaba que la tristeza se quedara aquí, a los pies de Eolo. Con ese pensamiento arrastró la silla, dando definitivamente la espalda a las olas.
Escrito el 10 de julio de 2010
16 respuestas a “DÍA DE VIENTO EN LA PLAYA”
Que bonito Raquel.
Como siempre consigues trasladar las emociones de una manera increible. Juegas muy bien con el viento, el agua, la sal …
Enhorabuena.
Gracias Miguel. Como te digo siempre, la virtud está en el que lee permitiéndose sentir. Si el que escribe también siente cuando lo hace, las emociones pasan de uno al otro sin casi darnos cuenta. Es la magia de la literatura (aunque es un atrevimiento por mi parte llamar así a esto que yo hago).
Un beso fuerte y abrazos suaves ; )
Hola Raquel,
Veo que sigues «mimando» tu blog. Enhorabuena.
La necesidad de mantenerlo, como te dije al principio, es una gran resposabilidad y, también, una magnífica oportunidad de seguir escribiendo. Sigue adelante. Escribir sobre sensaciones y sentimientos es un maravilloso ejercicio.
Un abrazo
Benjamín
Empezaba a echarte de menos Benjamín. Me alegra mucho que continúes paseando por esta orilla, gracias.
Un fuerte abrazo.
Precioso Raquel. Enhorabuena. Muy triste pero cercano. Hay momentos así, en que no sabes porque todo parece tan grisl Luego, al poco rato, por algo sin importancia todo vuelve a brillar. Tienes razón, las hormonas… las mujeres entre los ciclos hormonales y el instinto maternal estamos bien… lo dejo que no es muy poético. Un abrazo.
Esther
¡Hola Esther! ¡Qué alegría encontrarte en esta orilla!Gracias por el comentario.
Aquí entre tú y yo: me defino a mi misma como «una hormona con patas»; si buscas en un diccionario Síndrome premestrual, aparece mi foto (esto es lo que dice mi marido).
Un besote enorme.
Hola guapísima,
precioso cuento, veo a nuestro Bengi por aquí también, luego te mando una cosita que tengo pendiente. Saludos desde los Madriles, y estamos pensando en reunirnos tós en octubre…Ya te contaré ok?
Un abrazo,
La Chelín
¡Hola Chelín! Hoy voy de alegría en alegría desde luego. Estaba ya echando de menos tu mensajito semanal privado ; ) Me tienes muy mal acostumbrada, jejeje.
Espero noticias. Un abrazo enorme.
«la pareja amarilla»… me encanta, entre tanto movimiento (viento, olas, marea, sentimientos cambiantes…) son el detalle apaciguador, la nota de color, la pizca de humor… un saludo.
Sí Dominique, desde luego que el humor es necesario en todo momento, hasta cuando el viento nos sacude con violencia. Nos ayuda a respirar.
Gracias por tu fidelidad. Por cierto, tus magníficos textos se acompañan de unos dibujos y de un especiero geniales 😉 (felicita a su autor de mi parte).
Un besote.
Con qué suavidad nos meces en tus relatos. Me siento más cerca de tí desde esta orilla salada. un beso grande.
Aunque yo esté lejos y a veces parezca muda, siempre estás a mi lado. Pero como las olas vuelvo una y otra vez al mismo lugar, más tarde o más temprano.
Un bico canario para mi niña galega.
qué bonito raquel!!!!eres una artista!!!te quiero!!!
Yo también te quiero mucho, pero no se lo digas a nadie. ¿Vale?
Sabes que siempre he pensado que tú tienes también un don y además la carrera que estás terminando te permitirá, con toda seguridad, tener muchas más herramientas de las que yo he tenido. Así que: ánimo y a lo que toca, que te queda poquito…
😉
Un fuerte abrazo, Helio.