AMOR PLATÓNICO


El aula estaba en silencio, los niños leían con detenimiento la hoja de preguntas. Uno movía incansable el bolígrafo con una mano, mientras con la otra sujetaba el papel. Al fondo a la izquierda vio levantarse una mano.

— A ver Antoñito qué duda tienes.

—Seño: ¿Pueden unos labios carnosos ser vegetarianos? —Maribel sintió que las orejas se le encendían por momentos.

—No Antonio, esa no es una greguería. Surgió otra mano entre la maraña de cabezas.

 —Pilar ¿necesitas algo?

— ¿Una bufanda de colores, puede ser una serpiente, que en lugar de necesitar calor lo dá? —tenía claro que ahora, en sus mejillas, había subido al menos dos tonos el color de su maquillaje.

— ¡Vale ya! ¡El examen es escrito no oral!

 —Sólo una preguntita más. Porfa… seño…

 —Venga Arturo suéltala.

—Yo creo que a las máscaras lo menos que le gustan son las caras.

— ¡Vamos a ver, no quiero volver a oír una voz en los treinta minutos que quedan de clase! —elevó esta vez el volumen más que de costumbre.

Necesitaba ir al baño para refrescarse, sentía que la cara le ardía y le sudaban las manos. Parezco una auténtica colegiala —pensó. Casualmente, por el ventanuco de la puerta vio pasar a Diego. » ¡Oh cielos, y yo con esta pinta!», se dijo, pero necesitaba como fuera respirar otro aire, aquella mezcla de colonias infantiles conseguía que le martilleara la cabeza.

—Diego, por favor —le llamó asomándose a la puerta—, ¿no tienes clase ahora verdad?

— No, ¿por qué? —respondió su amor platónico, girando la cabeza mientras seguía su camino.

—Necesito que te quedes unos minutitos a cuidarme la clase —suspiró—, estamos en medio de un examen y necesito ir al baño. Pero no les dejes que te pregunten nada porque están haciendo trampas.

—Sí, vete tranquila —le dijo dándose la vuelta y entrando en el aula—, la verdad es que tienes mala cara.

 Menos mal que los lavabos a esa hora estaban vacíos. Tuvo que ponerse de rodillas. Dejó correr el agua un rato mientras se mojaba las manos, su sonido la reconfortaba, las ahuecó como si fueran una hondilla y finalmente se mojó la cara. No era suficiente, todo el cuerpo le ardía. Metió la cabeza entera debajo del chorro y el agua comenzó a teñirse de rojo. “¡No me lo puedo creer!, ¡me olvidé de que ayer me di el baño de color!» Se secó con papel de manos como pudo. Mientras iba por el pasillo se decía: “Tuvo que ser mi imaginación, no es posible tanta casualidad”, al mismo tiempo se pasaba las manos por los churretes que le iban cayendo por la cara y luego se las secaba en el pantalón vaquero. “¡Ahora sí que estoy hecha un adefesio! ¿No podía pasar otro profesor por el pasillo? Tenía que ser él” iba pensando, hasta que por fin llegó.

—Muchas gracias Diego, ya me quedo yo —le dijo nada más abrir la puerta. Al entrar en la clase se escuchaban algunas risitas y los niños se tapaban la boca con las manos. Diego la miró fijamente. “Nunca me ha mirado así” pensó Maribel. Sonrío y le guiñó un ojo.

—Nos vemos a la salida del cole —le susurró el profesor al oído, a modo de despedida.

 “Será que le gusta más verme con el pelo mojado” volvió a pensar. Se le doblaron las rodillas y tuvo que sentarse. Entonces sonó el timbre del recreo, el sonido era ensordecedor pero ella apenas lo escuchó. Se quedó repitiendo sus palabras mentalmente, embriagada por los restos dulces de su perfume. Los niños comenzaron a salir, se fijó entonces en que Diego había dejado los exámenes ordenados pero al revés, siempre los dejaban boca abajo antes de ser corregidos. Todo le resultaba muy confuso. Cuando comenzó a darles la vuelta palideció por completo, hasta el pelo parecía habérsele desteñido. Detrás estaba la foto de Diego, la que colgó en la sala de profesores, la que ella fotocopió el día anterior. Allí estaba él, con el dedo pulgar tocándose sus labios carnosos, su bufanda multicolor alrededor del cuello y una máscara veneciana en la otra mano. Maribel había rellenado toda la hoja con garabatos infantiles: te amo, mi amor, te amo. Cuando mandó a hacer las copias a doble cara no se dio cuenta de que había puesto las preguntas en el reverso. “Mi maldita manía de reciclar”, pensó.

Escrito en febrero de 2010.


6 respuestas a “AMOR PLATÓNICO”

  1. Je, je, je, ¡me ha encantado! Pero qué bueno. Los chicos es lo que tienen. Pero ella lo que no tiene es perdón de Dios, pobre mujer ¡Menudo bochorno!
    Un saludo Raquel.

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