He de decir, en honor a la verdad, que el autista del anterior relato fue el primero que conocí; siendo niña, en aquella querida finca que tantos recuerdos me trae de la infancia. Seguramente el día de la boda del príncipe Carlos no fue el mismo que el de aquel encuentro, aunque también ese día estuve allí. A parte de la ficción que impregna todo relato, la visión que se muestra en él sobre el autista es la del extraño, la del que no conoce lo que es, la del que mira desde fuera… Pero me deja un sabor amargo que en mi orilla sólo se de esta visión (a pesar de que el párrafo final enseña la realidad de la familia), así que ahora trataré de enmendarlo…
Mi sobrino Ale es mi niño eterno particular. Un niño que habita en un joven alto, con bigote, con las hormonas disparatadas, al que le cuesta entender lo que le pasa por dentro, unido a su eterna incomprensión del mundo exterior. Es cariñoso y tierno. Aunque sus padres y hermanos han sufrido en sus carnes la violencia del que no entiende, del que no se expresa como los demás, del que no puede controlarse… Por eso lleva más de un mes ingresado, por eso le harán una operación dentro de poco para tratar de contener lo que los fármacos llevan años sin conseguir.
Hoy fui a verlo a la Unidad de Psiquiatría. Es parecida al lugar donde yo trabajé al comienzo de mi vida laboral, en aquel hospital a las afueras del que conservo muy buenos recuerdos. Entonces él era sólo un niño pequeño y, aunque sabíamos que era especial, aún no teníamos un diagnóstico.
Esta tarde Ale me sonrío, se rió a carcajadas, me miró con ternura y me pidió un beso (creo que es la primera vez que lo hace, a veces se acerca y me pone la cara, o soy yo la que se lo doy, pero creo que jamás me lo había pedido). Me miró las uñas, me dijo que estaban cortas (¡lástima me las limé el domingo!, siempre escudriña las uñas de las mujeres buscando unas largas para que le acaricien) mientras buscamos juntos palabras en la sopa de letras (cada vez que encontrábamos una, al tacharla de la lista, decía “siiii iliiiii”, le pregunté que era lo que decía hasta que lo entendí y cuando lo decíamos juntos se tronchaba). Me preguntó si tenía bigote y me recordó que ya tiene quince años. Hoy no me cantó mi canción (¡Belén, campanas de Belén!: a cada ser querido le tiene una adjudicada, no sabemos porqué son unas y no otras, pero siempre son exclusivas para cada persona) pero al verme con mi pijama blanco me dijo: “eres enfermera” y sonrió. Le pregunté si tenía amigos, me contestó que Jorge y Javi (sus hermanos: una respuesta muy inteligente).
Nos sonreimos, nos miramos, nos tocamos, nos reímos con ganas: nos echábamos de menos. Yo lo pasé en grande y creo que él también. Me despidió contando los días que faltan hasta el viernes, que lo veré de nuevo, mientras luchaba consigo mismo por quedarse a mi lado o por irse a ver «Pasapalabra» (su programa preferido, una de sus rutinas diarias).
Tenía mucho miedo de que su pijama de colores me produjera dolor, pero dentro de él estaba mi niño, nuestro niño eterno particular. Así que la alegría y el cariño, una vez más, consiguieron ganarle la partida a la tristeza.
Escrito el 3 de agosto de 2010.
7 respuestas a “MI NIÑO ETERNO”
Gracias Raquel. Con tu permiso y si te parece bien, me lo llevo a mi blog, pondré la referencia a tu blog. Un beso.
No sólo tienes mi permiso, estaré encantada de tener un pequeño rincón en tu blog.
Un besote fuerte y un abrazo suave Helio.
[…] Mi niño eterno. Raquel Romero Luján [En Huellas de sal] […]
Si tuviera que decirle a alguien que me explicara esta problemática, le diría que me leyera tu escrito. Lo has clavado. Sensibilidad a flor de piel.FELICIDADES
Creo que, aunque sea por una vez, es cierto que con las palabras justas se transmite una realidad compleja.
Muchas gracias Escipión.
Seguro que Ale estaría dispuesto a admitir que aunque no tengas las uñas largas le acaricias muy bien. Tan bien como acaricias las teclas para escribir estas maravillas.
Besos fuertes y abrazos suaves.
Uy Miguel, muchas gracias. Ojalá mi cabecita estuviera por la labor de volcarse en las teclas o en el papel con más frecuencia. Gracias también por seguir paseando en esta orilla.