El vino le daba ardor de estómago pero también le soltaba la lengua, le hacía sonreír. De repente se convertía en un ser extrovertido, alegre. Con cualquier palabra inventaba un chiste. Notaba su mente ágil; las ocurrencias saltaban como locas desde sus neuronas hasta sus labios. Se sentía el rey de la noche. Necesitaba bailar. Celebrar con el mundo lo feliz que era. Lo poderoso que se sentía.
Saltó a la pista sin ningún temor. Sus ojos se toparon, durante una vuelta, con la tarima donde las gogós se contoneaban y lo tuvo claro. Pero no duró ni cinco minutos en ella. Dos uniformados fortachones le invitaron amablemente a bajar. ¡Claro no podía robar protagonismo a las chicas! Pobrecitas, sin quererlo, había hecho peligrar su puesto de trabajo. La euforia no le estaba permitiendo pensar con claridad, debía reconocerlo.
Entonces la vio, sentada en la barra, hablando y riendo con dos amigas. Su melena rubia y ondulada flotaba en la densidad del vaho y el humo de tabaco. Sintió que por un momento le faltaba el aire. Le estaba mirando fijamente, sus ojos parecían verdes pero las luces multicolores hacían reflejos extraños en los gruesos cristales de sus gafas, no dejándole ver con nitidez. Conocía esa mirada, no dejaba lugar a dudas. Se fue acercando poco a poco, siguiendo los movimientos de la música. Sin duda bailar se le daba muy bien. Notaba las miradas en su espalda, impulsándolo a poner más ganas en lo que hacía. Ésta estaba siendo su noche.
Decidió dejar por un momento el camino tortuoso, entre codazos y pisotones, que le llevaban hasta ella, para regresar a por un poco más de tinto. Pero el camarero había desalojado la mesa. Tendría que conformarse con algún aguardiente de los que servían en la barra. Entonces mataría dos pájaros de un tiro. Se acercaría a pedir, lo más cerca posible de la chica. De nuevo trataba de bailar rumbo a su destino, pero de vez en cuando lo lanzaban hacia un lado o hacia otro, y el sonido de las risas resultaba más ensordecedor que la propia música. Debía pararse, cerrar los ojos, concentrarse sólo en un sonido para poder volver a mover el cuerpo al compás: pisotón, codazo, pisotón, codazo…
Un chico alto de pelo engominado y repeinado hacia atrás, estaba en el lugar donde él deseaba estar. Parecía retroceder triunfal con dos vasos de tubo en una mano y dos botellas de cola en la otra. Cuando por fin dejó el sitio libre, nuestro amigo intentó ganar posiciones pero su cuerpo se le desvió ligeramente a la derecha, golpeando a la amiga número uno. — ¡Uy, perdona! —le dijo. La mirada inicial fue de odio profundo, pero al verlo a él se transformó en sonrisa y más tarde en risita. Quizá se lo debía todo al perfume que se había comprado aquella misma mañana en los chinos, debía recomendárselo a sus amigos. Pero no pudo levantar la mirada un metro más allá para comprobar si la rubia aún lo miraba. Algo le decía que no le quitaba ojo.
— ¡Un gin tonic, por favor! — Era su frase preferida de las pelis de guapo busca guapa; le pareció la más acertada para la ocasión, aunque no tenía ni idea de qué bebida se trataba. Tuvo que gritársela al camarero diez veces hasta que por fin lo escuchó. Mientras esperaba trató de enterarse de qué hablaban las chicas, para encontrar una pista que le permitiera entablar conversación. Las oía reírse mucho. Parecían estar hablando de un palurdo que no sabía bailar pero que se empeñaba en hacerlo en centro de la pista: — ¡Incluso se atrevió a subirse a la tarima! Dijo la amiga número dos.
Él no recordaba haber visto subir a nadie, pero claro, tampoco había visto a ningún palurdo. A esos los dejó a todos en el barrio, aquí en el centro se sentía un pijo más. Sin duda era la colonia, el perfume, se corrigió. No hablaban de otra cosa, así que después de dos tragos de aquella bebida transparente se decidió. — Hay que ver que noche más divertida ¿eh? —pretendía continuar hablando del infeliz al que ni siquiera había visto, pero no tuvo ocasión. Las tres chicas se pusieron de pronto casi violetas, estallando a continuación en risas descontroladas. Con una sola mirada decidieron su nueva ubicación lejos de allí. El chico volvió los ojos al vaso, donde los restos de hielo terminaban de diluirse entre el alcohol y la amargura de la tónica. Sintió el cosquilleo de las burbujas en las mejillas y el olor a ginebra le taponó la nariz. Tuvo que virar la cara.
Finalmente salió del local con la cabeza gacha, sintiendo el líquido de la alegría revolverse en su estómago. Caminando con paso vacilante hacia la solidez de su felicidad de barrio.
Escrito el 20 de agosto de 2010.
Inspirado en la frase: «Siempre nos damos cuenta demasiado tarde, pero la mayor diferencia entre la felicidad y la alegría es que la felicidad es un sólido y la alegría un líquido». Del cuento de J. D. Salinger «El Periodo Azul de Daumier-Smith».
6 respuestas a “LA NOCHE LÍQUIDA”
qué guayyy!!!me gusta muchooo sigue asi raquelilla!!eres una artista!!!mmuuuakk
Gracias. Sólo intento aprender y disfrutar haciéndolo.
Besitos.
Como siempre describes perfectamente la situación. El protagonista da lástima y es inevitable sentir cierta simpatía por él.
El perfume chino, apesta.
Que no decaiga Raquel. Sin duda es tu camino.
Sin tí, sin tu apoyo, sin tu aliento… Nada de esto sería posible. GRACIAS.
Infinito elevado a infinito.
Muy buen texto,sí señora. No conocía esa faceta suya. Considéreme una nueva seguidora. Un beso.
Gracias. Me encanta saber que me lees. Un besote.