Papá solía morirse dos veces al día. Por la mañana yo le llevaba flores al hospital y por la noche, en sueños, recortaba muy despacito su esquela de un periódico. Pero esa mañana lo encontré vestido, con las pupilas dilatadas, con el rostro maquillado. Le puse una margarita en la solapa y entendí que a partir de ese día no volvería a soñar.
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