Hoy hace, justamente, diez años que vivimos un día especial.

Me maquillaron, me peinaron, me puse aquella falda y aquel top de color blanco; llevé aquel ramo silvestre de vivos colores, me monté en una limusina. Nos sacaron unas fotos preciosas: yo parecía una actriz de cine y tú el modelo de Emidio Tucci (con el porte y la elegancia que te caracterizan: con tus ojitos lindos y tu sonrisa de anuncio).

Aquel día me dijiste (miento, leyó otro las palabras que tú habías escrito) por primera vez la frase que has vuelto a repetirme en otras ocasiones: “Yo nací dos veces. El día que me parió mi madre y el que conocí a Raquel”. Las lágrimas asomaron, todo el cuerpo me temblaba, pero tú me dabas seguridad: se te veía feliz.

¡Diez años ya! ¡Casi quince juntos! Fines de semana de hotel, algunos viajes, mucho trabajo, mucho aprendizaje…

Cambiamos, todo cambia. Es inevitable. Hace años que no llevo la alianza. Yo, la misma que se enfadaba cuando tú te la quitabas para lavarte las manos. Ya no llevo nada en las manos. Ahora me dedico a escribir, tú a sacar cientos de fotos a los aviones. Las obligaciones llenan nuestros días. Dos personitas ocupan gran parte de nuestro tiempo. Hay días que casi no nos vemos, casi ni hablamos. Incluso hemos llegado a hablar desde distintas habitaciones por ordenador. Todo cambia. Pero crezco cada día a tu lado.

Sin duda, eres el tronco que sostiene a la familia que hemos conseguido tener. Siempre pendiente de que todo funcione, de hacernos la vida más cómoda a las tres. Eres el guardián de mis sueños, el que siempre me arropa aunque esté dormida.

Me encantan tus manos: a ratos cuidadas con esmero, en otros momentos curtidas por el trabajo de la huerta. Tus manos grandes, seguras, protectoras, capaces de hacer el gesto más delicado si es necesario.

Eres el hombre con el que siempre soñé. Eres tú al que esperaba. Me siento muy afortunada  por haberte encontrado (parecen palabras vacías de tanto repetirlas pero es la verdad: mi verdad).

Es cierto que somos muy distintos (si no, no encajaríamos), es cierto que tenemos mucha personalidad (dos personalidades que luchan por encontrarse en el centro). No es nunca nada sencillo. Pero nos necesitamos porque nos queremos. No puedo, ni quiero, imaginar una vida que no sea a tu lado. Te lo he dicho otras veces (de nuevo temo que las palabras repetidas pierdan significado): Quiero envejecer con tus manos entre las mías.

Nadie dijo que fuera fácil, nunca lo fue y, probablemente, nunca lo será.

Soy muy mimosa, tú un “poco” cabezón. ¡Pero es tan maravilloso dormirme buscando el calor de tu cuerpo! Lo de las mañanas es tema a parte, porque hasta pasadas unas horas no soy persona. Soy un “algo” que se mueve mecánicamente y que preferiría no ver, ni oír, hasta que todos sus sentidos estuvieran despiertos. Pero a media mañana, cada día (cuando siento la necesidad de oír tu voz, cuando ya soy yo, y te llamo) soy plenamente consciente de una cosa: de que te amo.

Es muy intensa nuestra vida, tanto que a veces agota. Pero en esos momentos en los que siento que mi alma se expande porque se encuentra inundada de ti, en esos instantes, me doy cuenta de que, hace ya quince años, yo también nací de nuevo.

Cada día, contra viento y marea, esta gaviota quiere seguir… sobrevolando el INFINITO.

Escrito el 9 de febrero de 2011