MOMENTO DE GLORIA


Cada vez estaba más cerca de conseguirlo.

La corbata violeta regalo de su madre, con el nudo hecho por su padre la noche anterior. Los zapatos que su tío llevó el día de su boda. El traje chaqueta que devolvería al día siguiente en el Corte Inglés, por supuesto, con las etiquetas fuera del alcance de miradas curiosas.

Antonio esperaba, algún día, poder llegar a tener un armario lleno de distintos tipos de trajes y  complementos de marca. Sin tener que cogerlos prestados.

En solo una hora empezaría la ceremonia. Llevaba toda la vida estudiando duramente, para conseguir una beca en la mejor facultad de Económicas del país. Las matrículas obtenidas le abrirían las puertas del cambio.

Cada mañana, veía a su padre deslomarse en la panadería. O mejor dicho, casi no le veía, porque salía y regresaba de noche. El pobre viejo había madrugado tanto, durante tantos años, que ya no recordaba lo que era soñar. Su madre lo ayudó en lo que pudo hasta que se llenó de chiquillos. Después de diez años, en los que pensaron que él sería hijo único, llegó el segundo. Ahora, el más pequeño tenía solo un añito.  

Antonio sonrió al pensar en sus hermanos, que lo miraban como si de un dios se tratase. Pero pronto escaparía a la ciudad y, con un poco de suerte, no regresaría. Ya se veía todos los meses ingresándoles a sus padres una suma considerable que le permitiera silenciar su conciencia.

En unos minutos empezaría el acto. Le sorprendió la serenidad que lo invadía. Se sabía el discurso de memoria y estaba seguro de que su don de gentes no le fallaría. Igual que nunca le había fallado para conseguir que los tenderos le pusieran más lonchas en el albal después de pesar el jamón; ni para que le guardasen los yogures caducados que después le daban por la puerta trasera.

Este era su primer momento de gloria. Se dirigió al atril buscando las caras de sus padres entre el auditorio, pero no los encontraba. Mientras hablaba, como si de un presidente del gobierno que ha sido reelegido se tratara, en el bolsillo de la chaqueta su móvil vibraba sin descanso. No podía mirarlo hasta que todo terminara. Como alumno homenajeado, debía permanecer en el escenario junto a los profesores. Mientras estos hablaban, Antonio sintió con horror que, a pesar del desodorante, sus axilas se empapaban por momentos. Menos mal que llevaba la chaqueta puesta y nadie lo notaría. Trataba de no mover la cabeza con desesperación, pero sus ojos rebuscaban entre el público sin éxito. Temió llegar a desmayarse. Esto no le podía estar pasando a él. Intentó respirar profundamente, como hacía siempre antes de cada examen: cogía aire por la nariz y lo soltaba despacio entre sus labios, mientras fingía una sonrisa.

Cuando por fin se apagaron los focos sabía que no había logrado aparentar tranquilidad. Sentía los surcos de su frente arrugados, las comisuras de los labios excesivamente marcadas hacia abajo. Rápidamente, sacó del bolsillo el dichoso aparato que parecía hervir de tanto no sonar en movimiento. La mayoría de las llamadas eran de su casa (se imaginaba a su madre disculpándose por un contratiempo de última hora). También había unas cuantas de un número muy largo que no reconocía.

Miró los mensajes. Leyó que habían dejado tres en su buzón de voz. Menos mal que había recargado cinco euros de saldo. Hoy era un día especial y la noche prometía ser muy larga. La pelirroja no había dejado de guiñarle un ojo durante todo el acto. Incluso, cuando los orlaron, se saltó lo ensayado para ponerse a su derecha y tratar de acariciarle con el dedo meñique.

Marcó los tres números y trató de abstraerse de la algarabía de sus compañeros.

“Tiene tres mensajes nuevos… primer mensaje… recibido hoy a… las… veinte horas… quince minutos…”

Mientras se tapaba la oreja izquierda, escuchó la voz entrecortada de su hermano Luis.

―¿Antonio?… ¿Antoniooo?… Hace mucho rato que papá y mamá salieron a buscar a Rita… Yo tenía muchas ganas de que viniera, nos deja comer todas las porquerías que queremos… Antonio, los gemelos no paran de pelearse y de subirse a los muebles… A María hace un buen rato que la tengo cogida porque no dejaba de llorar… Me duele mucho la espalda, Antonio… El enano llora y llora y llora y vuelve a llorar… yo le pongo la chupa como tú me dices, pero llora tanto que no la aguanta en la boca, no lo he sacado del parque como me dijo mamá… Han tocado en la puerta y ha sonado el timbre varias veces… Tranquilo, no he abierto… También ha sonado mucho el teléfono… dejaron un mensaje… Preguntaban por ti, con apellidos y todo. No sé quién. No sabrá que no podías estar… ¿Quién no se habrá enterado de que hoy tenías… eso?… La voz era como de películas de polis…

Se terminó el tiempo de la grabación. Antonio se había aflojado el nudo de la corbata. Iba saliendo del salón dando codazos. Necesitaba aire, un presentimiento le retorcía el estómago.

Suspiró profundamente antes de prepararse para escuchar el segundo mensaje.

Escrito en febrero de 2011.

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6 respuestas a “MOMENTO DE GLORIA”

  1. La lectura te lleva magistralmente al final, pero se corta antes.

    ¿Qué ocurrió? El nudo del estómago se traslada al lector. Enhorabuena.

    Ahora veré como desanudo mi estómago.

    Saludos.

  2. Mi final intuido es triste, muy triste. Dos grandes momentos en la vida de una persona pero uno es la cara A y el otro la cara B del single…Una misma fecha para dos recuerdos distintos : el triunfo y la tragedia. O sea, como la vida pero… si que me gustaría que hubiese un segundo mensaje y el tercero y que, al final, la cosa se quedara en que la madre llega tarde porque se ha demorado en El Corte Inglés, comprándole una corbata verde ( esperanza), a su hijo, el economista… y Luis, el hermanito, simplemente un pesado que se ha dedicado a llamar a todo el que ha encontrado en la lista de teléfonos…
    Sea por deshacer el nudo.
    Abrazos

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