Oasis en medio del bullicio.
A la entrada, dos quioscos del color del agua en el paraíso. El de la izquierda con membrillos que nadan rodeando las cristaleras. Con él se quedó flotando la modernidad en esta esquina. Si posamos la mirada todavía más a la izquierda y hacia lo alto, el espejismo nos devolverá la imagen de un impertérrito señor alado. El quiosco de la derecha es más pequeño, más tosco, con una sola ventana abierta al mundo para informarle.
Mar mecido por el vaivén verde de las palmeras.
Una pequeña casa de cal y piedra con azotea llena de flores cuidadas, como única habitante de este pueblo hundido. Si entramos por la puerta que incita al culto, encontraremos seis barquitos en el techo, suspendidos; guiño a ese mar que en su día llegaba hasta este oasis. Dejamos a un lado la casa blanca, bajamos un poco más y descubrimos otro barco cual duna abordada por niños multicolores que se saben en el país de nunca jamás. Casi en la quilla, un pequeño lago surcado por patos con alma de gaviotas. En el horizonte el amarillo chillón de los techos de las guaguas.
El quiosco de la música, que dejamos atrás, casi en el centro del oasis, emite una sinfonía dormida del que, una y otra vez, da la espalda a la belleza. Ahora lo invade una bandada de jóvenes, con sus camisas negras, con sus brazaletes de tachuelas, con su disfraz de dureza para ocultar el miedo.
Ya no se escuchan tambores, ya no zarpan barcos del muelle (del que ni siquiera quedan restos), ya no sale ningún bigotudo a matar moros desde esta orilla. Los niños, quizá, no llegarán nunca a saber que el parque le da la espalda a los militares. Ellos solo juegan con sus espadas de madera, ajenos a la historia de este oasis perdido.
Escrito el 4 de Abril de 2011.
2 respuestas a “PARQUE DE SAN TELMO”
Buena descripción. Me he imaginado entre palmeras y casitas blancas, disfrutando del paseo.
Erre que erre, como de costumbre.
Gracias, Alan. Me alegra que pasearas por este lugar entre la realidad y la ficción. Eso, tú sigue, erre que erre. Abrazos suaves.