Pasan los minutos, las horas, los días y los años.

Miro atrás y me veo con mi pequeño en cogido. Acaba de tener una rabieta. El puzle no encaja. Le cojo en mis brazos, acaricio sus rizos y le susurro. A chichi Ale, a mimi Ale. Pronto siento como su cuerpecito se relaja, como regresa poco a poco la calma. Él suspira hondo y sonríe. Dentro de nada se deshará de mi abrazo y comenzará a correr y a aletear por el salón. Volverá la risa y se alejarán las lágrimas. Volverá la paz y huirá la frustración.

Trece años me separan de esa escena. Hace muchos años ya que Ale no se calma con caricias ni palabras mágicas. Ahora mi niño duerme anestesiado y su sueño es velado por cientos de pensamientos positivos, de oraciones, de ángeles de la guarda y de luz. Sueña arropado por el amor de cuantos le conocen. Pocos pueden conocerle y no sentirse atrapados por la ternura.

Sé que Roberto encontrará por fin al monstruo. Está vez acabará con él. Él, el monstruo, nos ha visitado esta semana en la 307 y Roberto (el Dr. Martínez) ha visto su cara.  El monstruo llegaba  cortando las risas, las canciones y los brincos. Se apoderaba de nuestro niño y se hacía dueño de la 307 a ratos.  Pero gracias a su presencia le hemos pillado.

Acaricié por última vez los rizos de mi niño. A diferencia del monstruo, ellos tardarán poco en regresar. Volverán también la alegría, las risas, las canciones y quizá, hasta la Duquesa de Alba.

Pero que vacía y silenciosa se quedará nuestra casa.

Sé que, al igual que los rizos, su marcha será solo temporal y formará parte de la terapia. La suya y la nuestra. Su marcha es sólo un paréntesis, un alto en el camino. Tiempo para compartir con Javier y Jorge. Para rehacernos, encontrar la paz y desterrar el dolor.

Ale volverá.  Regresará a casa y una vez más, unidos, ganaremos la batalla.

Escrito el 23 de Mayo de 2011 por Trini R. L.