No sé cómo apareció.
Tal vez me tocó en una piñata. Yo nunca me peleaba con los demás niños, cogía lo que podía. Quizá me lo regaló alguna niña del colegio. No lo sé. Lo cierto es que un día lo convertí en mi mascota.
Le até un hilo de costura verde, de esos que usaba mi madre para hacernos miles de suéteres a mis hermanos y a mí. Le llamé Verdequetequieroverde. Seguramente escuché la canción un sábado en una de las películas de coplas que ponían a mediodía, cuando solo había una cadena de televisión y el telediario era el parte. Verdequetequieroverde no era más que un lagarto de plástico, y encima no del todo verde, por debajo era amarillo clarito. Lo quería como quería a mis muñecos, como si fueran mis hijos, y sufría si alguien los menospreciaba o si se reían porque llevaba a un lagarto atado con un hilo por toda la casa y no dejaba de cantarle su canción.
Sufría porque era una niña muy sufrida.
Lloraba asomada a las rejas del colegio mirando hacia la ciudad que se encontraba lejos, casi como flotando sobre el mar. Lloraba porque allí estaban mi madre, mi lagarto y mis muñecas. Lloraba porque temía que pudiera pasarles algo, como si mi mera presencia fuera una seguridad para ellos. No lloraba por mí, lloraba por ellos. Todos sabían de mi facilidad para el llanto y debían de sentir alguna forma de placer en verme llorar porque me provocaban, removían mis fibras sensibles, siempre a flor de piel, hasta que tocaban la tecla adecuada y yo lloraba y lloraba, y ellos reían y reían.
A veces se convertía en una auténtica pesadilla aquella manía de todos de verme llorar.
Un día, celebrando mi cumpleaños en casa, con las que se suponía que eran mis mejores amigas, me encerraron en la cocina. Al principio lloré como esperaban contra el verde esmerilado del cristal de la puerta, pero pronto empecé a pegar patadas, porque no me parecía justo que me trataran de ese modo, porque no quería perderme ni un segundo de mi fiesta de cumpleaños. Terminé rajando la puerta de cristal. Fue el mismo día en que, sin saber cómo, mis amigas pusieron en marcha el lavavajillas, que nunca se usaba, y la cocina quedó inundada de jabón y aquello parecía la fiesta de la espuma. El mismo día en que nos subimos encima del ropero de mi hermano y nos escondimos en su interior revolviendo hasta el último calzoncillo. Ese fue el último cumpleaños que me dejaron celebrar en casa.
Quizá fue el mismo día en que Verdequetequieroverde vino a hacerme compañía.
Lo llevaba siempre conmigo en mis paseos interminables por el pasillo, desde la entrada hasta el final del piso. Iba incrustada, mientras pude, en la sillita de muñecas a rayas rojas y blancas, incluso me ataba. Avanzaba con los pies. A veces me impulsaba apoyando las manos en las paredes poniendo mucho cuidado en que el hilo no se enredara en las ruedas de la silla. Si el espacio era estrecho, ponía al lagarto sobre mi falda y lo salvaba del peligro.
Cuando mis caderas se expandieron se acabaron los paseos.
Del mismo modo que no logro ver cómo apareció, desconozco qué fue de él. Si sé que un día le metí un lápiz entre las mandíbulas y se lo hice tragar hasta que la punta del lápiz coincidió con la punta de su rabo: todo esto sin dejar de cantarle su canción. Nuestra canción.
6 respuestas a “MASCOTA”
Un bonito puzzle de recuerdos en color verde. Genial el nombre de la mascota. Le dedicaría un relato larguísimo!!beso!
Por tu tierra ese color no debe ser muy original. Pero aquí es maravilloso ver que de cuatro gotas nacen miles de tonalidades de verde. Gracias por pasarte y comentar. Miles de besos navideños.
Yo me acuerdo de Verdequetequieroverde y también de Fernando Fernán Gómez. Un muñeco pequeño y cabezón al que pusiste el nombre del actor y con el que jugabas muy a menudo. Por cierto él y muchos de tus calderitos me curaron muchos de mis dolores mnstruales. Ya entonces eras una fantástica enfermera. Cuando te sentabas en tu sillita de muñecas te llamábamos Iron Side o cómo se diga. No lo recuerdas porque eras muy pequeña pero era el protagonista de una serie y usaba silla de ruedas. No recuerdo el cumpleaños del que hablas, quizá yo vivía ya en Tenerife o en Palencia, si hubiese estado en casa no hubiera permitido que se rieran de ti.
Te quiero mucho y me ha encantado el relato.
Siempre estás en mis recuerdos, aunque estuvieras ausente. La imaginación era el mejor juguete, el de mayor valor. Ojalá los niños de hoy sepan usarla, al menos la mitad de lo que la empleabamos entonces. Yo también te quiero mucho.
El final de la inocencia. El final del llanto. Me ha gustado esa ojeada a esos traumas infantiles que todos tuvimos y que conviene recordar para intentar entender el llanto de los hijos.
Ojalá se quedaran los llantos en la infancia, cuando aún no alcanzamos a entender los problemas que pueden traernos los años.