Querida Raquel:
Me preguntas qué tienes que hacer para escribir, trataré de responder a tu pregunta, si bien te adelanto que la única manera de escribir con calidad se consigue a base de mucha práctica, de mucha lectura y de mucho corazón.
Debes ser disciplinada, buscar unas horas a la semana para poder hacerlo. Todo texto se inicia por la primera letra, sin ella no vendrán las demás. Cuando hayas establecido tu momento del día, tu día en semana, solo debes ponerte a escribir. Puede ayudarte marcarte un objetivo: un concurso literario, una entrega de un manuscrito, una parte de una novela o la propuesta mensual de tu grupete. Cuando tengas definido el qué, ponte manos a la obra.
En el primer borrador no pienses, deja que el boli corra o que los dedos se deslicen por el teclado. No importa si las palabras no son las adecuadas, ahora es el momento de que salgan a borbotones, ya llegará la ocasión de encontrar la palabra insustituible. Si te estancas, déjalo, ya volverás al texto en la próxima sesión. Cuando vuelvas a él, si lo has dejado a medias, retómalo con idéntica filosofía: catarata de ideas, vómito de palabras, sin más. En la siguiente sesión relee el texto y corrige pequeños errores (de puntuación, sintaxis, etc), si se te presenta la palabra precisa, sustitúyela, si no, ya llegará.
Deja reposar lo escrito mínimo una semana, el máximo no existe, lo ideal un mes o dos. Durante ese tiempo dedícate a leer, a apuntar y buscar en el diccionario las palabras que desconozcas de lo leído, a anotar las frases que más te gusten o que más te toquen. Si es posible participa en un club de lectura donde poder compartir sensaciones de lo leído con desconocidos, es muy gratificante y te enseñará a ver cosas del libro que se te escaparon u otros modos de interpretar el mismo texto. Lo ideal sería que con el paso de los años pudieras releerlo, entonces descubrirías como tu propia transformación vital te hace valorar otros aspectos de la misma obra. También, durante el tiempo de barbecho del texto, puedes iniciar otros relatos. Intenta, eso sí, que tengan distintas temáticas, puntos de vista, protagonistas dispares.
Cuando retomes el texto no tengas piedad: todo lo que no aporta estorba. La tijera, la goma o el delete serán tus mejores aliados.
Empieza la historia in media res (en medio de la cosa), como si pillases una conversación ya comenzada. De esta forma captarás inmediatamente la atención del lector que querrá enterarse cuanto antes de lo que ocurre. Si no lo consigues en el primer borrador, no sufras, siempre puedes cambiar un párrafo y ponerlo al inicio para conseguir el efecto. No tengas miedo de cambiar, de jugar.
En cuanto al título, es preferible ponerlo al final, aunque en ocasiones es lo primero que se nos revela.
En los textos, sugiere, no seas demasiado explícita. Ten en mente siempre la premisa de que el lector es más inteligente que tú y solo se sentirá satisfecho si cree estar descubriendo un misterio. Que jamás se le vean los hilos a la marioneta, eres tú la que mueves esos hilos, pero el lector debe sentirse parte de la historia y descubridor de algo oculto, de algo aparentemente nada fácil de descubrir. Conseguir que parezca sencillo lo difícil, será tu meta.
Si es un cuento, intenta que sea redondo, circular, que el final nos lleve a las pistas que se nos dieron desde el principio; si la clave oculta de la historia se encuentra en el título aún mejor. Sabrás que tu cuento es bueno cuando el lector quiera releerlo para descubrir más matices, sensaciones o porque le dejó tan buen sabor de boca que quiere volverlo a paladear. Si tiene que volver a leerlo para entenderlo, muy mal asunto. Cuando hablo de enigmas, de pistas, no me refiero a que el texto deba ser oscuro, al contrario, debe ser nítido pero siempre bajo el manto de la sugerencia, no cuentes, muestra. Recuerda que cuantos más sentidos utilices en la narración mejor lo vivirá el lector y por tanto más intensamente lo sentirá.
Prueba a cambiar el cuento de persona, de tiempo verbal y decide luego cuál funciona mejor.
Escribir es un arte y, como tal, no cualquiera puede hacerlo, se debe tener el don de trasmitir, pero teniendo eso, pasa a ser un trabajo de artesanía. La excelencia se consigue a base de mucho trabajo. De cien malos textos podrás salvar uno bueno. No tengas prisa, solo descubrirás los supervivientes cuando hayan pasado muchos años.
Mira, siente, descubre, sueña, respira, disfruta, sufre. Lee, lee mucho. A los supervivientes, a esos autores que los siglos no han destruido, a esos debes leer. Nútrete, jamás dejes de aprender. Cada día te estás formando. Para ser una buena escritora tienes que tener los ojos y el corazón bien abiertos. No esperes nada más que descubrir tu propio crecimiento con el paso de los años. Todo pasa nada queda, sí, no es mía la frase, no importa. Eres más feliz cuando escribes, lo sabes bien, si es necesario oblígate a hacerlo como si fuera una de las pirulas que tomas cada día para el dolor. No consientas que pase una semana sin que escribas una letra, si no lo consigues de otro modo, oblígate. Si logras ese objetivo para mí esta carta tendrá sentido.
Y así es como hemos vuelto al principio. Busca el momento en el que “tienes” que escribir. Sabes que los momentos en los que necesitas hacerlo porque una historia pugna por salir, lo haces sin poder remediarlo. Pero esos momentos de inspiración son muy escasos y, aunque sean genuinos y te sientas una diosa cuando se materializan, no quiere decir que de ellos salgan los mejores textos (en muchas ocasiones, sé que me lo rebatirás, es cierto que aparecen ideas originales pero sin corrección perderían su valor).
Oblígate, Raquel, no lo dudes, piensa que es tu medicina para el alma. Con la disciplina llegarás a ser una artesana de la palabra y no solo una artista momentánea.
Ánimo, yo siempre estaré aquí para animarte.
Un besote enorme,
Gaviota.
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Querida Gaviota:
Ahora me toca a mí.
Es fácil vivir en tu castillo de cristal, en ese mundo de ideas, de sueños. Atravesar la vida real, surcar el mar de la rutina, de las obligaciones, no está hecho para ti, claro.
Sencillo es juzgar, adoctrinar, cuando te limitas a existir en el limbo de lo abstracto. Te reto a cambiarnos el puesto, aunque solo sea un día. A la vuelta veremos si eres capaz de hablar con tanta ligereza.
Cada día miro a los ojos de personas que intuyen cerca su final, de hijos o madres acongojadas por lo que tiene que vivir un ser querido. Miedo, angustia y dolor mezclados con esperanza, anhelos e ilusiones.
El jueves le tomé la mano por última vez a una chica de mi edad. Cuando hablé con ella el primer día (hace apenas dos meses) yo ya sabía que su final estaba muy cerca, que la quimioterapia era la bomba atómica con la que trataríamos de darle alguna posibilidad, pero que muy probablemente, como así fue, la aniquilaría. Era su única esperanza. Lo oyes bien: su ú-ni-ca es-pe-ran-za. Y tú te atreves a hablarme de disciplina.
Marta podría haber sido yo, pero tú no, ¿verdad? Tú siempre estarás a salvo en ese no lugar en el que vives. Tal vez a Marta también le gustara escribir, tal vez su alma se inflara como la mía cuando leía a Galdós, cuando aprendía de un maestro.
Marta el viernes ya no respiraba.
Treinta y ocho años o quince o tres. ¿Tú te atreves a hablarme cuando sabes que tu aliento es eterno? No tienes ningún derecho. Sé que no te mueve la mala fe. Sé que tratas solo de ayudarme, pero debes entender que mi vida es mucho más que escritura. Miles de obligaciones, muchas más de las que me gustaría tener no te creas, llenan mi tiempo. Pero lo cierto es que las tengo y tengo que afrontarlas con todas mis fuerzas. Mi familia será siempre lo primero, por encima de tus alas, no lo dudes. Sé que me dirás que yo tengo que estar en primer lugar. Pero, no te equivoques, tengo claro que yo no soy tú.
Vale, tal vez estoy siendo dura contigo. Solo te ruego que si alguna vez no logro sacar tiempo para crear, pienses que puede que simplemente trate de sobrevivir en este naufragio que es la vida.
Marta tenía sus días contados. Yo también. No sé si me quedan diez o millones, pero soy finita, mortal. Tú, mi querida y mágica Gaviota, habitarás por siempre en el mundo de la ficción. En ese mundo cristalino al que yo solo podré acceder imaginando. Sé que solo buscas mi bien, por ello trataré de ser magnánima y no enfadarme con tus pretensiones.
Algún día, cuando ya yo solo sea recuerdo en el corazón de los que me aman, podré sentir la no existencia. Por el contrario, tú jamás tendrás tripas ni huesos.
No te equivoques, nunca seremos iguales. Ni debemos serlo.
Raquel Romero Luján, 19 de noviembre de 2012
2 respuestas a “DIÁLOGO CON MI ALTER EGO”
Hermoso texto Raquel, al principio pensé que hablabas de mí, luego me di cuenta que no
Si me lo permites volveré
Saludos
Hola Gaviota. Durante un tiempo mi pseudónimo fue ese: Gaviota. Así que este texto trataba de ser un diálogo conmigo misma, entre mi parte literaria y la personal. Gracias por pasarte y comentar. Hazlo cada vez que te apetezca. Espero que disfrutes.