DON ISIDORO


Se me permitirá que antes de referir el gran suceso de que fui testigo, explique por qué extraña manera me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible catástrofe. Los cabellos blancos que hoy cubren mi cabeza se erizan todavía al recordar.

 Era de noche. Iban a pie. A pesar de la oscuridad, no podía menos que reconocerlos y aún ahora me parece, que bajo la luz de los reflectores, los veo acercarse. Todos eran del pueblo.

 —Deme esos paquetes, y métase esto bajo la camisa. Que no lo vea nadie cuando entremos.

 Entonces reconocí la voz de mi padre. Don Isidoro se guardó el papel con sigilo. De repente se oyeron pasos detrás de la alambrada.

 —Me pegaría un tiro y en paz. ¡Al otro mundo con mi alma y al hoyo con mis huesos! Muerte y no vergüenza… (Tristana)

—No diga tonterías pater, en cuanto vean quién es le dejarán en libertad. Calle, se acercan.

 Los acontecimientos que he referido a usted no son más que la preparación o el prólogo de los que ahora le voy a contar. (La Sombra)

 Fogonazos quebraron de pronto la oscuridad. Los perros ladraron con furia.  

 —Otra vez… Otra vez la ráfaga. Esto no puede ser. ¡Oh!, sí… ¿por qué no? Lo difícil no existe… No hay nada imposible… ¿Pero tendré valor para…?” (La loca de la casa)

 Escuché al pater balbucear mientras se alejaba del “matadero”. Venía en mi dirección y temí que me descubriera.

 Era yo entonces demasiado pequeño para comprender lo que pasaba, pero el olor de la sangre me hizo alejarme envuelto en llanto. Cuando llegué a casa, con tierra roja en las botas, la cara de terror de mi madre me causó más desvelos que mis propios miedos. Y luego dicen que el carácter… No, no creo en los caracteres. No hay más que hechos, accidentes. (Tristana)

 Al día siguiente don Isidoro y yo, un imberbe canijo, éramos los únicos varones del pueblo. Nadie habló de lo ocurrido. Nada pregunté.

 ¡Sobre eso hay tanto que hablar! No me sería fácil explicárselo. Mi conciencia ha pasado por tremendas luchas y desfallecimientos horribles. Al principio creí que lo que yo miraba como un acto heroico era una tremenda caída.(La loca de la casa) Los colegios católicos hicieron estragos entre los de mi generación.

 El pater no se atrevió a confesar sus verdaderas ideas, ni a mencionar la lista que guardaba y, mucho menos, a hablar de lo que ocurrió aquella noche, hasta mucho tiempo después. Con Alfonso Suárez en el gobierno se atrevió, por primera vez, a visitar la sede del partido comunista. Terminó excomulgado pero feliz. Se fue de misionero a Bogotá. Una prima suya me avisó de su asesinato pocos años más tarde.

 Entonces supe que al que yo creía un cobarde  era el verdadero héroe de esta historia. Solo entonces descubrí la valentía que demostró con su silencio. La vida de los demás es molde de nuestra propia vida, y troquel de nuestras acciones. (Tristana).

Tenemos la obligación de mantener viva nuestra memoria. Abuelos indignados lucha porque en el futuro nuestros nietos no sufran lo que vivieron nuestros padres. Espero que, después de mi relato, entienda por qué, con mi edad, sigo acudiendo a todas las manifestaciones. Ahora más que nunca.

 

 D. Benito Pérez Galdós y Raquel Romero Luján

Noviembre 2012

Juego creado a petición de Carlos Álvarez, intentando crear una historia intercalando fragmentos de novelas de Galdós escogidos al azar.


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