VÍSPERA DE CUMPLEAÑOS


DSCF0085Mañana se cumple una década del nacimiento de mis hijas.

Ocurrió de madrugada. Yo estaba ingresada desde hacía tres semanas. Debía permanecer en la cama; allí me lavaban, me ponían el chato para que intentara hacer mis necesidades; allí pasaba las horas leyendo, estudiando o escuchando la radio. En una cama de hospital corres el riesgo de perder tu dignidad. Entran a limpiar, a ponerte el termómetro, a cambiar las sábanas o a ver a un número de cama con un diagnóstico por nombre. Entran como si nadie estuviera allí o como si tú formaras parte del mobiliario. Durante todo mi ejercicio de la enfermería me he esforzado por llamar a los pacientes por su nombre. Las personas, aunque no las conozcas, sienten más confianza cuando se las nombra, se sienten reconocidas y respetadas. Olvidar esta premisa, puede causar verdaderos estragos en el que tiene que sufrir el estar encerrado en una habitación, o peor aún, inmovilizado en una cama. Pues eso mismo me ocurrió. Había limitado las visitas, sabía que mucha gente se preocupaba por mi estado (por nuestra evolución), pero esas visitas me ponían nerviosa, me recordaban que estaba allí como en una prisión.

A las doce de la noche del primero de mayo (doce y un minuto, tal vez, del día dos) sentí una patada y un “ploc”. Llevaba veinte días goteando líquido amniótico, pero en aquel momento se desbordó una barranquera y empezaron las contracciones. Unas contracciones distintas a las que yo había sentido hasta aquel momento. Estas me recorrían toda la cintura como si me apretaran hasta querer partirme y se sucedían cada cinco minutos y luego cada minuto. Toqué el timbre y le expliqué la situación a la enfermera (una chica jovencita a la que no había visto hasta entonces), ella trató de tranquilizarme diciéndome que a veces se moja un poco más y a veces menos. Noté en su mirada que pensaba que yo era una histérica que quería molestarle durante su merecido descanso. Cuando las contracciones empezaron a ser continuadas, volví a tocar el timbre. Ya había empapado al menos diez compresas de líquido amniótico. Le supliqué que avisara al médico. Poco antes de la una de la mañana, un señor, del que lamento no recordar su nombre (sí recuerdo que era calvo y que tenía gafas) vino a explorarme y, de mala gana, me dijo que me bajarían a paritorio a monitorizarme, una vez más. Yo, angustiada, le pregunté si le parecía que debía avisar a mi marido (hacía tres horas que se había ido a casa de su amigo Pedro, para estar cerca por si acaso), me contestó: “Señora, usted no está de parto. ¿Pero si quiere estarlo?”. Comencé a llorar. Se trataba de una mezcla de rabia e impotencia por sentirme un número, un trapo, pero sobre todo lloraba porque en la última ecografía mis hijas apenas llegaban al kilo cada una. Estaba de parto, dijera lo que dijera el cretino al que le había estropeado su apacible noche de guardia. Una auxiliar, un angelito bondadoso, al verme llorar, decidió bajar conmigo hasta paritorio. Me agarraba de la mano mientras yo lloraba temiendo que mis hijitas (Leire y Marina) no sobrevivieran a aquel parto inesperado, prematuro y temido. Le rogué (no consigo recordar su nombre, pero las veces que la he vuelto a ver en el Materno, le he agradecido su compañía y sobre todo su apoyo, aquella difícil noche), como decía, le rogué que llamara a Orlando, no podía permitir que se perdiera el nacimiento de sus hijas.

Llegó enseguida, le permitieron estar a mi lado durante la monitorización. Sé que me pusieron medicación para intentar parar aquello. Al ratito le pedí el chato a la auxiliar de paritorio. ¿Es para orinar?, me preguntó. No, le contesté yo. Entonces no, no se te ocurra empujar, me dijo tajante. Y llamó a la matrona (tampoco recuerdo su nombre, sé que era un chico moreno). Él me exploró con cara de disgusto, porque el tocólogo todavía no había aparecido. ¡Dilatación completa, a paritorio! Gritó.

Aquello parecía una fiesta concurrida. No tengo idea de cuántas personas podían encontrarse en aquel paritorio, pero eran muchas. Recuerdo al anestesista, un señor mayor que con voz calma me tomaba la mano y me aconsejaba que respirara (con veintinueve semanas de embarazo no había podido acudir a la preparación para el parto, me llamaron después, para que fuera cuando hacía tiempo que mis hijas estaban en el mundo), que respirara tranquila, que debía concentrarme en ayudarlas. Sin tiempo de epidural, sin tiempo de cesárea, allí vino Leire… me la pusieron sobre mi barriga, era muy pequeñita, de largo más pequeña que mis caderas. Y tenía que empezar de nuevo: Marina también tenía que salir. Recuerdo que me metieron la mano casi hasta la garganta para ayudarla. Ella estaba muy agustito cerca de mis costillas. Recuerdo que costó un poco convencerla para que viniera a este mundo raro. También la pusieron sobre mi barriga, aunque el neonatólogo (supe quien era más tarde), le echó la bronca a quien lo hizo. Y las escuché llorar tímidamente, como si fueran dos gatitos ronroneantes. Las abrigaron y se las llevaron. Todo esto ocurría sobre las cuatro de la mañana del dos de mayo de 2003. Después supe que a Marina tuvieron que reanimarla en el ascensor.

 Pesaron: 1.330 gramos, Leire y 1.340 gramos, Marina. Con eso, por aquella noche, me daba por satisfecha.

Entró Orlando llorando y besándome, nervioso. Me subieron a la habitación cuando ya casi entraba la luz del amanecer por la ventana. Estaba sin mis hijas, no podía descansar, necesitaba verlas. La oxitocina del parto me mantenía en un estado de euforia incomprensible. Por la mañana me dediqué a mandar mensajes a los amigos para anunciarles el nacimiento. Mi cuñada Chelo, que entonces trabajaba en el hospital, me acompañó a verlas. Leire estaba como si nada, llena de cables y chiquitita, pero durmiendo plácidamente en su incubadora. Marina estaba un poco azulada, inquieta y haciendo pitar las alarmas con frecuencia. Recuerdo que me reconfortaron las palabras de la doctora, aunque después, con el pasar de los meses, me defraudara su actuación profesional.

Recuerdo que me metí en la sala donde estaban los sacaleches y empecé mi ardua tarea para conseguir que mis hijas tuvieran lactancia materna a pesar de sus condiciones excepcionales.

Recuerdo que ya por la tarde vinieron mi madre y mi hermana (entraron a ver a las niñas aunque no lo tuvieran permitido), mi padre y mi hermano (su cara de susto, ese día no podía rebajar mi alegría; ya se sucederían días para la incertidumbre y las lágrimas), mi suegra, mis cuñadas y demás familia. Recuerdo el perfume que me regaló Nenela. Recuerdo que ese día estaba la televisión autonómica grabando un programa con todas las nuevas mamis, para conmemorar el Día de la madre que se celebraría el siguiente domingo día cuatro. Me arreglé y aparecí allí con mi mejor sonrisa. Al fin y al cabo era un día alegre: mis hijas habían llegado a mi vida.

Los días de angustia y tristeza vendrían a continuación. Empezando por el día del alta: domingo cuatro de mayo de 2003, cuando me tuve que ir a casa dejando a mis hijas en las incubadoras. Allí empezaron los trabajitos de verdad: sacarme la leche cada tres horas, congelarla con su fecha y hora (Orlando compró un arcón congelador para su vaca suiza), llamar a diario al materno para ver qué cantidad les tenía que llevar para ese día (cálculos y cálculos y más cálculos; todavía conservo la libretita en la que hacía las operaciones). Y aquella neverita azul en la que transportaba el alimento para mis hijas: la lechita que les darían ese día por sonda. Y muchas luchas más, que darían para una novela tal vez.

Hoy, la víspera de la celebración de aquel mágico día, me siento muy orgullosa de todos nuestros esfuerzos, de nuestros logros. Hoy, mis pequeñas luchadoras son dos mujercitas llenas de vitalidad, pero sobre todo, son buena gente. Mañana, iniciarán una década con luchas nuevas. Una década que finalizará con dos mujeres hechas y derechas.

Ha merecido la pena el esfuerzo y la lucha. Estoy muy orgullosa de ustedes, chicas. Las quiero con toda mi alma. Son lo mejor de mi vida.

,

11 respuestas a “VÍSPERA DE CUMPLEAÑOS”

  1. No tengo el gusto de conocerte Raquel, pero sí el de conocer a tu marido Orlando, y a tus dos chicas de verlas alguna vez con su papá en el Metropol. Tu relato sencillamente me ha parecido conmovedor. Siento de veraz que tu parto transcurriera como así lo has descrito, con esa mezcla de miedo y temor por lo trascendental y lo desbordante en cuanto a emociones y sensaciones encontradas en aquel momento. Lástima de no haber coincidido trabajando esa noche, pues soy enfermero como ustedes y entonces trabajaba en el quirófano del Materno. Sólo quiero transmitirte al igual que a esa gran persona que es Orlando,mi más sentida felicitación por ser como son y por tanto Amor como transmitís a vuestras hijas.
    Un beso

  2. ¡¡¡Muy muy feliz cumple para Leire y Marina y para su madre y su padre!!! Como siempre, Raquel, este recuento tuyo tan personal me ha conmovido hasta la médula. Me parece que te acompañaba también en la sala de partos 10 años después. Te mando un abrazo atlántico…

    • Gracias, Adela. Gracias por dejarte conmover y por acompañarme en el paritorio después de diez años. 😉 Te confesaré un secreto: no me gusta tener a todo el mundo siempre con la lágrima en el ojo, preferiría hacer reír hasta el llanto. No pude evitarlo, ayer me senté para intentar hacer un homenaje a mis campeonas y lo que me salió fue la realidad pasada, con toda su dureza y emoción. 😦 Pero tal vez, todo lo vivido nos da fuerza para luchar por tratar de ser felices cada día, a cada instante. Otro abrazo trasatlántico de vuelta.

  3. A mis mujercitas con mucho cariño,felicidades y gracias por ser como sois y gracias por vuestra amistad y gracias por vuestro carácter y gracias gracias gracias por todo.UN BESOTE FUERTE familia.

    • Te faltó: (ya sabes que yo soy su madre verdadera… que la dejo bañarse con Leire… que soy la que mejor le echa la crema… como Rachel no hay ninguna… jejeje) gracias por adoptar a mi hija el finde para pasar un día entero en la playuqui y ponerme morenita para lucir el vestido de la comunión. 😉 Gracias a ustedes por estar en nuestras vidas, por compartir las risas y los llantos. Ya sabes que se las quiere. ¡¡¡Mua!!!

  4. No pudieron tener madre mejor. Tuvieron mucha suerte. Verlas hoy, nuestras recompensa. Precioso y conmovedor. En su momento te lo dije y ahora te lo dejo escrito. ¡¡Gracias!!

  5. Raquel, querida prima, he leído la historia del nacimiento de tus preciosas hijas, y sinceramente, me ha hecho llorar, que cúmulo de sensaciones, que fuerzas para sacarlas adelante, que luchadoras y luchadores, por supuesto, tienen que sentirse muy orgullosos de lo que han conseguido. Y esa forma de relatarlo…., maravilloso, un abrazo…

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: