imagesHace tiempo que la alegría no quiere sentarse a tomar un té conmigo. No soy una buena compañía ni siquiera para mí misma.

¿Cómo empezó? No lo sé. Un día me sorprendió darme cuenta que escuchaba la risa de una compañera a diario. ¿Cuándo había escuchado por última vez mi propia carcajada? No lo recordaba.

Tal vez ese día empecé a tomar conciencia de la humedad que calaba mis huesos. A partir de ahí me sentí cada día un poco más hundida. No quiero ser alguien gris que se limita a desear que el reloj acelere. Llevo un plomo en las alas que me impide despegar. No me reconozco. No seré un cascabel, pero creo poseer una energía vital que se encuentra, ahora, casi por completo extinguida. Quiero pensar que es el cansancio. ¿Cansada de estar cansada, tal vez? ¿Seré capaz de recuperar el brillo en los ojos, las ganas de inventar?

Quiero creer que mis células suplican vacaciones, como si de las bocanadas que dan los pescados en la superficie de la barca del pescador se tratasen. Quiero  convencerme de que es solo eso. Necesito acercarme al mar, dejar que el salitre infle de nuevo mis pulmones. ¡Está tan cerca y me cuesta tanto plantarme en su orilla!

Lo cierto es que no puedo más. Solo quiero dormir, dormir, dormir y dormir. Todo me supone un esfuerzo sobrehumano. Me pesan hasta los párpados. Tengo los brazos bajados. Soy incapaz de mantener las manos arriba. Me rindo.

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5 respuestas a “”

    • Quiero pensar que es solo cansancio y se pasará con el descanso, pero la gaviota no tiene ganas de volar, se deja hundir a pesar de todo lo bueno que le rodea. Hasta me avergüenza quejarme. 😦 Gracias por los ánimos, de corazón.

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