Agarrando con fuerza el garrote me deslicé por él hasta llegar al fondo del barranco. Los dátiles del valle son los más sabrosos. Al llegar al pie del palmeral, de la emoción, lancé el palo hacia el cielo. Giraba despacio, muy despacio. Mis ojos no consiguieron apartarse de él.
Y aparecí aquí, en este sitio, entre estas gentes, ahora.
Menudas pintas que llevan. Tienen muy poco vello en el cuerpo, deben padecer de algún mal. Por eso usarán esas pieles tan finas y de colores para cubrirse casi por completo. No deben cazar nada, mejor les iría si pintaran las paredes. Estos humanos, además, no huelen a personas sino a flores, a mejunjes. En esta extraña cueva hace calor, aunque de vez en cuando se escucha un ruido y sopla el alisio refrescando el ambiente. No sé cómo han metido soles en agujeros. El que habla y al que todos miran debe ser el faycán o el guanarteme. No sé qué tipo de magia demoniaca multiplica su voz. Tal vez sea esa cosa a la que susurra; secuestra las palabras y luego, las cajas negras, las vomitan por todos lados. Me está mirando. Le hace un gesto a su ayudante de ceremonias, este saca un objeto que llevaba oculto, lo mira, lo toquetea, le habla. Entran dos hombretones que llevan pieles idénticas. Se acercan.
Recuerdo el garrote y lo hago girar en sentido contrario.
Marrones y casi blandos son los más dulces. Sin ninguna duda los dátiles del valle son los mejores.
2 respuestas a “Odisea (de Ámbito) aborigen”
Me alegro ver una nueva huella. Me ha gustado mucho la evocadora idea del garrote de ida y vuelta. Quien pudiera tener uno así y poder decidir.
Animo.
Me inspiré en el hueso girando de Odisea en el espacio, jejeje. Pero al estilo canario (aborigen que no guanche). 😉 Gracias por todo, por ser como eres, por apoyarme siempre. Te quiero.