La mayoría de los pacientes que trato, pasan por mi servicio durante unos meses o uno o dos años como mucho, mientras dura su tratamiento, nada más. Los pacientes con mieloma, no son muchos. Algunos regresan en unos años por una recaída y vuelven a ponerse otro tratamiento intravenoso o mantienen la enfermedad a raya con tratamientos orales. Unos pocos sufren varias recaídas y permanecen con nosotros más de una década. Hoy, uno de estos pacientes me dio, una vez más, una lección de vida.
Hace más de diez años que conozco a Gerardo (llamémosle así), no sé si incluso desde los trece años que llevo en el servicio, es posible. Cuando empezó con los tratamientos, venía una vez al mes. El tratamiento duraba media hora, venía solo, por las tardes, que es cuando tenemos un poquito más de tiempo para hablar con ellos. Durante la mañana, la mayoría de las veces, no podemos hacerlo como nos gustaría por la cantidad desorbitada de pacientes que atendemos y el volumen de trabajo extremo que nos hace estar siempre al límite de nuestras capacidades, físicas y mentales.
Gerardo es un hombre sumamente educado, silencioso, prudente, reservado. En aquel entonces llamaba mi atención su aspecto elegante, culto, siempre con un libro en la mano. Casi al principio me agradeció el respeto con el que le trataba. Poco a poco fuimos hablando algo más. Recuerdo que tenía malas venas y que le gustaba que yo le pinchara. Siempre, siempre, agradeciendo cada gesto.
Yo pensaba que estaba soltero porque siempre venía solo. Recuerdo una vez que llegó un poco malo y vino con su hija, me sorprendió. Él me dijo: “Hasta ahora no he tenido la necesidad de que me acompañaran, para qué iba a estar molestando a nadie.”. Un hombre muy entero, muy cabal.
Hace unos años también me sorprendió por su claridad de ideas. Sufrió una recaída, en aquel entonces se le notaba temeroso, pero me preguntó, como queriendo reafirmar lo que pensaba, si significaba que su pronóstico era malo. Y a partir de ese momento pareció fortalecerse.
Tras su tercera recaída y estar con tratamiento oral que mantiene su enfermedad, sus dolores, la rotura de sus huesos, más o menos a raya, viene acompañado siempre, todas las semanas, por su esposa. Hace poco, a pesar de los años que hace que nos conocemos, su mujer me dijo: “¿Tú no serás hija de Pepito Luis?”. Al parecer, cuando eran pequeños, mi padre y mis tíos, ella y sus hermanas, eran vecinos y jugaban juntos a menudo, pero sobre todo se intercambiaban libros que devoraban y luego comentaban. Ya no me sorprende que relacionen mi apellido con el parecido y la profesión que nos une a mi padre y a mí, pero sí me sorprendió no haberlo sabido antes. Esos lazos invisibles que nos unen a otras personas, de una forma u otra, sin sospecharlo, nunca dejarán de sorprenderme.
El lunes, Gerardo, vino porque había estado con fiebre desde el sábado, trató de medicarse para no tener que ir al servicio de urgencias pero no estaba mejor. Sus constantes estaban estables. Le sacamos hemocultivos para ver si en su sangre había alguna bacteria y no era una “simple” gripe y se fue a casa con antibióticos orales prescritos por su doctora.
Hoy volvió, yo no estaba en la consulta de hematología sino en la de oncología y no fui quien lo atendió cuando llegó. Su hija empujaba la silla de ruedas, Gerardo se asfixiaba y su mujer traía una tarta que le había prometido a una compañera por pincharlo con éxito el lunes. Tuve la ocasión de acercarme a saludarlo a última hora de la tarde, cuando ya estaba más repuesto y me comentó: “A mí no me gusta estar viniendo pero es que no podía respirar, ahora estoy mucho mejor. Sé que porque se me rompa un hueso no me voy a morir pero los tratamientos hacen que las defensas me bajen más y más; moriré por culpa de alguna infección. Por eso vine.”.
Es cierto que lleva muchos años lidiando con una enfermedad, que gracias a los nuevos tratamientos se ha convertido en enfermedad crónica, que ha aumentado su esperanza y calidad de vida, que ha tenido tiempo para asumirlo y que esto es beneficioso para él y para su familia. Pero no puedo evitar maravillarme por su dignidad, por su entereza, por su capacidad para afrontar la realidad e incluso su posible muerte. Espero que esto solo sea un bache, que mejore pronto y poder verlo todas las semanas durante muchos años.
Experiencias como estas me recuerdan porqué me resisto a cambiarme de servicio a pesar de que el sufrimiento diario que me rodea me vaya minando. Estos pacientes son especiales.
Muchas personas pasan al año por mi vida, algunos pasan durante muchos años y todos ellos tienen siempre algo que enseñarme. Seguirán para siempre vivos en mi recuerdo. Gerardo será uno de ellos.