Como un bigote a lo antiguo, debajo de la nariz, colgaba el rabo cada vez que se paseaba delante de las teclas. Ese gesto era toda una declaración de intenciones; una demostración de poder. Solo entonces la carcajada superaba al estornudo. Cuando lo conseguía me dejaba a oscuras con mi soledad.
Decían los críticos que famas y cronopios tenían un punto canalla, que la melancolía de La Maga era arrullada por el Sena. (La magia y la realidad entrelazadas en el juego de la vida, asomando sin disimulo entre las líneas de los cuentos.)
Los gatos son teléfonos, lo dije y no me creyeron.
