En el barco que nos lleva por la vida, la cabeza es la capitana. En mi caso las hormonas también me zarandean a su antojo, tomando a veces el mando que gobierna mis gestos, acciones o palabras. Esta es una vieja guerra que intento combatir con la contención, no siempre con éxito pero sí con esfuerzo.
Las crisis sirven para revolvernos. Sin crisis el cambio es imposible. Si nos sentimos confortables, aunque estemos incómodos, somos incapaces de avanzar.
Resulta jodido que tengamos que pasarlo mal para poder crecer. Solo una vez superado el mal trance consigues darte cuenta de que ha servido para algo positivo.
La vida nos va poniendo obstáculos que sorteamos de la manera que sabemos. Cuando los hemos rebasado nos desinflamos. Entonces, cuando nos encontramos sin fuerzas, no entendemos a qué se debe nuestro estado. Si no tenemos problemas (y sabemos lo que es tenerlos) porqué la tristeza, la melancolía, la incapacidad de disfrute nos atrapan.
Sentirte como no eres en realidad, es una carga tan pesada que cuesta sacudírsela. Entramos en una espiral de hastío, de incapacidad, que nos va dejando cada vez más paralizados.
¿Cómo conseguí salir sola de ella? Me preguntan.
Para empezar no estaba sola. Estaba acompañada sin exigencias. Pero la lucha era solo mía.
Salí con paciencia, intentando no forzarme. Comprendiéndome (me paso la vida intentando comprender a los demás; ¡Qué menos que hacerlo conmigo misma!).
Salí. Tuve suerte. No tuve que recurrir a nada ni a nadie. Me di cuenta antes de necesitar ayuda externa. Traté de escucharme, cuidarme, perdonarme. En definitiva, acepté que estaba mal y no me exigí estar bien de forma inmediata. Me di tiempo para recuperarme. No quise buscar la causa sino aceptar la realidad que vivía.
Ahora, una vez superado el trance (y tras haber pasado por ello en otras ocasiones), entiendo que mi abulia era como la calma tras las tempestades.
¿Qué he aprendido?
Me conozco un poco mejor. Soy capaz de detectar las balizas que me avisan de que el naufragio puede estar cerca si no voy con cuidado. Diviso a tiempo el remolino que preludia la entrada en el agujero negro.
Ahora, ahora toca aprovechar la energía renovada para disfrutar de lo que me apasiona. Ser consciente de que soy moderadamente feliz, de que no tengo de qué quejarme. Ahora toca lamer la vida sin complejos para paladearla con intensidad a cada instante.
2 respuestas a “Cambio de rumbo”
Me alegro que se oigan ruidos en la sala de máquinas. Merece la pena.
Navegar sin motor, sin remos y sin velas es como estar en un tronco a la deriva. Mi salvavidas fueron ustedes.