El cíclope


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Acudo a la cita con la ansiedad del reencuentro. Veinte años se dicen pronto. Mirando hacia atrás reconozco que era apenas un niño que me creía un hombre. Te prometí que volvería, que cuando terminara la carrera regresaría a buscar trabajo en esta isla donde me críe. No es que te olvidara. Tus ojos no se olvidan, pero la distancia no era lo que hoy es. Hoy puedes verte a través del ordenador o charlar con mensajes instantáneos con el móvil, a cualquier hora, en cualquier lugar y gratis. Mantener una relación con el único alimento de la voz a través del teléfono, teniendo dieciocho años, es una castración en toda regla. Sobre todo si te rodeas de cientos de cuerpos buscando el mismo calor que tú desprendes. Y claro, ocurrió lo que te juré que no pasaría. Susana se apoderó de mi presente y tú pasaste a formar parte del pasado. Un pasado cálido y amable pero no por ello menos pasado.

El taxi me deja delante de las escalinatas del auditorio. Nuestra despedida fue justo enfrente, en la terraza del centro comercial con alma egipcia. Salimos del cine de madrugada. La relentada se convirtió en un presagio de la humedad helada que nos separaría sin remedio. El edificio estaba todavía en construcción y, tiene gracia la cosa, yo soñaba con que existiera un festival de cine del que formara parte algún día. Quiero darte la noticia en persona. Fue tu madre la que me dio tu móvil. Te mostraste distante pero la música de tus palabras me dibujaron una sonrisa inconfundible. Vendrías. Deslumbrado por este prodigio de arquitectura temo desear hacer retroceder el tiempo y no haberme ido, y no haberte dejado. Aunque si lo pienso bien, si no me hubiera ido a Barcelona, jamás te hubiera podido proponer venir conmigo esta noche.

Quedamos a las seis, dos horas antes de la ceremonia, pero eso tú todavía no lo sabes. Solo te advertí de que vinieras guapa (fuerte tontería la mía, tú siempre estás guapa) y de que regresarías tarde. Me bajo del taxi a las cinco. Antes siempre me retrasaba, hoy quiero sorprenderte. También quiero disfrutar en solitario de este mar, de este atardecer de primavera, de la brisa insular. Mi mirada se eleva a la cúpula, creo que es lo peor del edificio, nadie en su sano juicio la hubiera colocado. Parece pertenecer a otro lugar, como si se les hubiera agotado el dinero y el arquitecto la hubiera traído de una subasta americana. No me gusta. La invitación tiene la foto del auditorio pero en vivo resulta todavía más insolente; con ese único ojo amenazante. Vine a oler el mar, así que lo rodeo tratando de escapar de su mirada monocular. Me siento en un banco. En este lado de Las Canteras el mar es más mar. Donde la barra aplaca la furia del atlántico, el mar es mudo, aquí me habla y me mece con sus movimientos atávicos.

No me creerás, pero me he arrepentido todos estos años de no haber vuelto a por ti. Nunca quise perderte. Es la vida la que nos lleva, como si estuviéramos sobre una tabla. Aquí hubiera estado sin chaque, desnudo sobre la tabla, me hubiera muerto de frío esperando la ola que nunca llega. ¿Qué puede hacer alguien que aspira a ser un gran director de cine, en un territorio tan alejado de todo? No sería quien soy hoy, o quien estoy empezando a ser, mejor dicho.

Ojalá seas feliz, ojalá hayas encontrado al hombre que te cuide como mereces. Aunque en el fondo deseo que te haya ido mal, como a mí. Que estés sola y que empecemos de nuevo. Ojalá quieras venir conmigo, ojalá nada te ate. Barcelona también tiene mar. Es un mar distinto, es cierto, es un mar que atrapa menos, que te deja más libre, no sé explicarlo. El rumor del oleaje me tranquiliza, debo disfrutar solo del vapor salino que insufla mis pulmones, de la calidez del sol. Huele a alcantarilla mezclada con el olor dulzón de la maría; un poco más allá, en la arena de La Cícer se ha formado un corrillo de surferos. Suena a batucada, parecen estar tocándola a mi lado, no tengo a nadie cerca. Busco con la mirada y descubro que hay un local que se llama Ca´ñoño, pero que no se parece nada al de antes. Estaba en un lateral, no en la avenida y estaba siempre abarrotado. Los bocatas se comían de pie. Ahora tiene dos plantas y mesas en la acera. Me comería un bocata de calamares si no quisiera besarte.

Hacia la izquierda, el auditorio trata de ganar espacio a la avenida con varios salientes. Dos de ellos parecen jaulas, entre sus barrotes se escapan plumas de pavos reales. En el del centro hay una gran piscina donde los delfines saltan ajenos a ese mar, el hogar que les ha sido arrebatado para disfrute de unos cuantos que se creen humanos disfrutando con la visión de seres encarcelados. La pared del auditorio es de cristal por el lado de la piscina. Resultará romántico visto desde dentro.

Falta un cuarto de hora para las seis. Regreso a la escalinata y le pido al tenor que me desee suerte.

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2 respuestas a “El cíclope”

    • Surgió como un ejercicio de taller, Adela. La propuesta era un personaje que regresa a su ciudad después de veinte años, el resto salió así. Puede que por eso no terminara la historia, tampoco sé si es mejor dejarla así de abierta para que cada lector le ponga el final que desee- Sea como fuera el final, lo importante, como sabes es lo que tenemos entre las manos hoy. No podemos controlar el futuro ni volver al pasado. Sí podemos añorar, soñar o desear pero sin que eso nos quite los pies del suelo firme. Un abrazo enorme, amiga trasatlántica.

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