A propósito de casos insólitos; déjame que te cuente uno que te va a sorprender:
Yo era un pibe como tú ahora. Un pibe con los sueños intactos. Con ganas de comerme el mundo y energía a raudales. Me creía muy listo, curado de espanto. Pero con la edad descubrirás que la sabiduría solo se alcanza con la experiencia. Sé que esto te parecen palabras vacías. Sin embargo, cuando tengas mi edad, recordarás estas enseñanzas.
Sí, podía tener tu edad, veintiséis o veintisiete años. Se trataba de mi primera lectura como notario. Algo fácil, lo sé. Lo sorprendente vino después, cuando el testamento quedó anulado porque el difunto no era tal.
Ponte en situación. Un anciano huraño, soltero y amargado fallece. Recordarás el viejo cuento de navidad, pues un anciano tan usurero y agarrado como aquel. Simón Marchán. Tú eras muy joven, puede que ni hubieras nacido; el funeral fue todo un acontecimiento. El famoso escultor dejó todo dispuesto para que no escatimaran en gastos. Se hizo construir un panteón justo a la entrada del cementerio. Sabiendo esto, estoy seguro de que no imaginas a quién dejó su casa ni cuáles fueron sus exigencias a cambio. El tacaño iba a misa todos los días y siempre, a la salida, encontraba a Cora o a Samuel, su marido, con la mano extendida. Él agachaba la cabeza ocultándola en el sombrero para que no pudieran reconocerlo y nunca les dejó ni un céntimo. Pues a ellos legó su mansión. ¿Cuáles eran las cláusulas del testamento?: debían aceptar al mayordomo como parte de los bienes que heredaban.
El viejo sirviente resultó ser tan desagradable como su amo. Todo se pega, te dirás. Pues no solo eso: tenían terminantemente prohibido pasar al desván. Nadie conocía el contenido de aquel cuarto cerrado. Hasta que un aciago día, Cora no pudo aguantar más la intriga. Basta que te prohíban algo para que lo desees con más ahínco. Es una de las incongruencias de la naturaleza humana. Cora logró colarse en el cuarto del mayordomo y, sin despertarle, no sabemos bien como, le quitó las llaves que tenía atadas al cuello con una soga. Cuando abrió la puerta no entendió bien el motivo de la prohibición. Enormes estanterías llenas de libros, papeles sobre el escritorio como si alguien los hubiera estado consultando hacía poco. Eso sí, todo inmaculado, el raro del mayordomo tenía más limpio aquel desván que su propio dormitorio. Y en la pared de la derecha, cubierta por una gran sábana negra, se ocultaba lo que parecía un cuadro. La chica no dudó un segundo. Puede que pensara que estaba tapado para protegerlo. Casi le da un infarto cuando vio el rostro del que, según estaba impreso en el propio marco, había sido su benefactor: Simón Marchán. No es que el señor en sí fuera horripilante, que lo era, sino que el rostro pertenecía al mayordomo. La chica trató de serenarse pensando que tal vez eran gemelos y que el hermano vivo resultaba tan insoportable que nadie lo aguantaría si no era por mandato. Entonces, algo más tranquila, paseó la vista por los papeles y descubrió la partida de nacimiento del tal Simón que decía así:
“Nacido de parto eutócico bebé varón de mujer añosa, que fallece en el acto del nacimiento sin ningún otro descendiente”.
Así descubrimos el enredo y así fue como tuve que volver a reunirlos para deshacer el testamento invalidado por comparecencia del difunto que nunca fue tal.
¿Pero a que no sabes lo más curioso del caso? Siguen viviendo los tres juntos y el señor Marchán les sigue sirviendo como mayordomo.
Escrito el 19 de enero de 2015