Vayamos por partes


payaso

No había tenido tiempo de quitarse los zapatones de plástico, ni la peluca; la nariz roja la llevaba colgando debajo de la barbilla. Sacó las tres maletas del portabultos y las metió en el carro de la compra que siempre tenía en la plaza de garaje de casa de su madre.

En el ascensor, el ejecutivo del sexto derecha, le miró de reojo mientras escribía en su móvil. Venía de comisaría de denunciar el mal olor que salía del quinto derecha, justo a donde se dirigía el payaso. Al atravesar la puerta del piso, la vaharada le obligó a colocarse de nuevo la nariz para no desmayarse.

La primera habitación era la de las manos, la segunda la de los pies, la de enfrente la de las cabezas; las piernas y los brazos estaban amontonados en el baño, los torsos en el salón. Subió un poco la temperatura del aire acondicionado para que no congelarse.

Quitó la sábana del espejo y con las manos ensangrentadas distorcionó la sonrisa pintada en su cara cambiando el sentido de la mueca. Ahora la erección era completa.


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