Juan Pablo


Vino de Palencia a trabajar. Se enamoró de este clima benévolo, de este sol suave de primavera y de otoño, de este verano primaveral, de este invierno otoñal. Pensaba que su estancia en la isla duraría seis meses, lo mismo que su contrato. Pero no contaba con que también se enamoraría de ella.

Ella es palmera. Si las canarias son dulces, las palmeras desprenden melaza. Y se casó. Y tuvieron dos hermosas canarionas de nariz peninsular, de tez morena y risa cantarina. Y ya no deseó volver a su tierra fría. Pero los años pasan y la añoranza pesa; se apodera hasta de las almas más felices. Sus padres no durarían para siempre. Sus voces, a través del teléfono, sonaban cada vez más quebradas.

Cuando salieron los traslados no lo dudó. Renunció a la temperatura amable. Renunció al remanso de paz del hogar. Renunció a su todo.

Después de cinco años, tras vender la casa de sus padres ya fallecidos, regresó. 

Ahora sus hijas estudian fuera. Su exmujer anda recorriendo mundo cabalgando a un veinteañero. Está solo aunque sigue luciendo la alianza en su mano derecha. Está solo pero, cuando entra en su apartamento de hombre solo, las sigue saludando a las tres. Está solo. Está solo pero antes de cerrar los ojos les desea, a sus tres amores, dulces y felices sueños.

 

 


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