Mi querido padre:
Cuarenta años de diferencia son muchos años. Tal vez por eso en algunos momentos de nuestras vidas nos ha costado entendernos.
Me has enseñado mucho: a nadar, a montar en bicicleta, a admirar los paisajes, las culturas, la arquitectura, a sonreír en las fotos.
Has tenido que soportar mis enfados, mi falta de paciencia de niña con un adulto que me exigía lo mejor, de adulta con un anciano que no oye bien, que se aísla del mundo para huir de sus fantasmas, que no tiene la capacidad física de antaño pero sí el ímpetu y las ganas infatigables de aprender cada día.
Sabes que no me gusta compartir mis penas, que prefiero sonreír diciendo que todo va bien, que no me gusta cargar con mis problemas a los que más me quieren. Pero al final, siempre, siempre, en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, muchas veces sin comprender o aceptar mis acciones, siempre, siempre, has estado a mi lado; en la lucha, codo con codo.
En mi época loca de juventud me veías en la distancia con temor, pero dejaste que libremente las aguas se calmaran. Confiaste en mí.
En el peor momento de mi vida, cuando luchaba incansable por la salud y el bienestar de mis dos prolongaciones, allí estuviste: llevándonos y recogiéndonos en el Materno o en rehabilitación, yendo a buscarlas a la guardería en el carrito gemelar. Sufriendo a nuestro lado y riendo con los pequeños triunfos diarios. Confiaste en mí.
Cuando decidí separarme, sé que te herí porque él era un buen hombre y mejor yerno. Pero te limitaste a decirme: “Nena, solo quiero que seas feliz.”. Confiaste en mí.
Sabes que me cuesta acudir a ti, sé que eres un hombre que se preocupa demasiado, no me gusta incrementar tus angustias ni ser para ti un problema. “Tú para mí no eres un problema.” Me repites a pesar del dolor que te cause. Confías en mí.
Soy muy afortunada por tenerte, papi. Por poder celebrar un año más el día del padre a tu lado. Nadie es perfecto. Todos cometemos errores. Nadie está libre de pecado. Con tus defectos, con los míos, luchamos cada día por ser mejores personas.
“Ustedes son mis tres niñas.” Nos repites a mis hijas y a mí. Sé que otras niñas están en tu corazón: mamá, Trini, tus otras nietas y bisnietas. Pero me encanta el cariño con el que nos lo dices. Me demuestras cada día tu amor incondicional, tu respeto más allá de la incomprensión. Soy muy afortunada por tenerte, papá, no solo porque siempre has estado cuando te he necesitado, por todo lo que me has enseñado en esta vida: a ser generosa, leal, a amar la naturaleza, a luchar a brazo partido por los tuyos, a querer aprender cada día, a tener siempre una mano tendida, a confiar en que haciendo el bien hacemos nuestro mundo un poco mejor.
La vida no es un jardín de rosas, mucho menos para los que nos toca herirnos con las espinas, pero tú me has enseñado a disfrutar el perfume de la flor aunque su tallo duela, porque la raíz del rosal (esta familia nuestra; caótica pero maravillosa) nos sostiene de cualquier tempestad.
Eres un gran hombre, papá. No puedo imaginar un padre mejor (los habrá, seguro, pero no para mí). Espero poder felicitarte al menos veinte años más por el día del padre, y que la salud te acompañe hasta el final.
No somos ángeles. Pero yo tengo a mi ángel de la guarda particular, ese al que de niña soñé vestido de Superman. Sigues siendo mi superhéroe aunque conozca tus aristas. Tú eres mi ángel de la guarda y, cuando la ley de la naturaleza te robe el cuerpo físico, seguirás estando siempre a mi lado.
Gracias por todo, papá.
Tu niña.