¡Cálzate primero los zapatos de aquel al que te atrevas a juzgar!
La frase final era rotunda. Había conseguido el efecto pretendido, al menos eso reflejaban las caras de los asistentes al acto.
Aprovechó el interludio para ponerse los mocasines que se había quitado al comenzar. No había manera. Parecían los de un niño. Solo ahora recordó que había pasado la noche entre pesadillas sudorosas buscando el modo de quitarle a su hijo de la cabeza aquel disparate de querer ser escritor.