Un silencio mortal le sorprendió a la llegada. Lo normal hubiera sido que Nublo ladrara desde que el coche se acercaba. Y que, desde que abriera la puerta del garaje, Canelo se escapara a marcar el territorio.
Miró tratando de encontrar la cámara oculta cuando descubrió un perro de Playmobil negro, a tamaño natural, con las patas delanteras rígidas apoyadas en el muro y con las fauces paralizadas en forma de ladrido mudo. En el árbol, otro perro más pequeño, con el pelo canelo y rizado de plástico, colocado como si lo meara.
Cuando entró a la cocina, una Playmobil de espaldas, con la melena negra estilo egipcio, el mismo corte que llevaba Marina. Subió corriendo las escaleras esperando que las niñas le devolvieran la cordura con un: ¡Sorpresa!
Sorpresa, sí. Otra Playmobil igualita que Leire, de su tamaño, sentada al escritorio, sujetando un libro con sus estúpidas manos y sus brazos rígidos totalmente estirados.
No tuvo tiempo de reacción: se tensaron sus músculos, desaparecieron las curvas. Por fin, la Familia Playmobil al completo. Ojalá alguien quisiera jugar con ellas y cobraran vida; aunque fuera inventada. Logró pensar en el último suspiro.