Puri: Ser de luz


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La tristeza es un sentimiento noble aunque a veces nos encorve tanto el alma que nos cueste despegar la mirada del suelo. Hoy toca hablar de ti.

Eras (y seguirás siendo en nuestro recuerdo) un ser de luz: conciliadora, serena, apaciguadora, alegre y vital a un tiempo. Tu sonrisa iluminaba el lugar que habitabas. Tu voz acariciaba los corazones. Tu risa era como el tintineo de un manantial puro y fresco.

Es incomprensible el sufrimiento, la mala suerte, sobre todo cuando la padece gente buena. Buena. Si me pidieran que te definiera con una sola palabra, esa sería la que emplearía: Buena.

También eras luchadora, optimista, humilde, generosa, excelente compañera. ¿Defectos? Seguro que tendrías, porque eras humana, pero yo no los conocí o no los recuerdo.

Sembraste a tu paso un sendero luminoso.
Hay personas a las que es inevitable querer. Seguro que a todos los que tuvimos la suerte de compartir algo de vida contigo nos ocurrió igual. Vivirás siempre en nuestro recuerdo como un sol luminoso, como un emoticono de carita sonriente.

Compartimos pocos años de trabajo, mis primeros años de enfermera. Pero fue un tiempo imborrable, época de cambios y evolución. De esas épocas que marcan un antes y un después en nuestra existencia. Recuerdo las noches de trivial y comilonas, vigilando pasillos; las tardes tediosas en la sala de la tele, jugando a las cartas o al dominó con los pacientes.

Apareciste de nuevo en mi vida dejando una nueva grieta en mi, ya maltrecha, alma, cuando tuve que escribir tu nombre en la tarjeta de los pacientes. Me ayudó tu fortaleza, tus ganas de “tirar pa´lante”. Llevaste el proceso con alegría, gratitud y nobleza; a pesar de los vómitos, del pañuelo, del cansancio. Recuerdo tu jolgorio el último día de tratamiento… Al poco tiempo, un nuevo mazazo: de nuevo en la sala de espera, esta vez perteneciendo al mismo servicio que nuestro otro compañero, que también nos dejó de forma prematura. Estabas triste por tu mala suerte; en pocas ocasiones la médula queda tan dañada por la quimioterapia que enferma. ¡Y tuvo que tocarte a ti! Pero te rehiciste y sacaste fuerzas para seguir luchando. ¡No queda otra!, decías. De nuevo tocaba enfrentarte a los efectos secundarios del veneno necesario para combatir la enfermedad. Casi sin tiempo de disfrutar lo que era la vida sin tratamiento. ¡Estabas tan cansada! Pero cuando recuperabas la energía no tenías freno. -¡No me dejan volver a trabajar!¡Yo quiero trabajar!¡Me gusta mi trabajo! -repetías indignada. Pero no dejaste de tener proyectos: seguías estudiando. No dejaste nunca de luchar y de creer en tu futuro.

Ayer supe que ya no respiras.

No tengo forma mejor de homenajearte que escribiéndote.

Era imposible no quererte, Puri. Los que tuvimos la suerte de conocerte jamás te olvidaremos; seguirás viva para siempre en nuestro recuerdo.

Le doy gracias a la vida porque tú formaste parte de ella. Por haberme permitido agarrarte la mano, mirarte a los ojos, ayudarte en lo que pudiera cuando te hice falta.


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