No solo veía los colores como números. Cualquier nombre equivalía a un color. Aquel chico tenía un nombre rojo. Rojo ferroso de sangre, rojo dulce de cereza, rojo cremoso de carmín, rojo ardiente de atardecer en el puerto.
Se lo presentaron aquella noche. Le dijo su nombre mirándola a los ojos y ella escuchó en sus oídos la canción “Temporada de cerezas”.
Julio. Julio, le dijo. Julio: siete cerezas rojas, sintió, y tuvo la certeza de que encadenada a sus labios encontraría el hogar deseado.