Escuchó el burbujeo en la cocina. Aquel olor tostado, aquel calor amargo era imprescindible para espabilar a las células dormidas. Era su primera ingesta diaria. Ese día X, del mes X, del año X no iba a ser diferente. Paladeó las semillas colombianas y arábigas, trituradas y filtradas con esmero.
El cambio comenzó en la punta de los dedos y ascendió rápido. En cuestión de segundos se volvió negra. Solo conservó el blanco de los ojos y de los dientes: parecía una sonrisa viviente.
No había creído las predicciones. ¿Y los que no comían?¿A los que alimentaban por vena serían incoloros como el suero?¿Y los que no tenían nada que llevarse a la boca?
Las razas se diluyeron en color. Ojalá aprendamos que nada nos diferencia. Aunque en el fondo sabía que pronto nos segregaríamos por colores.
Sin darse cuenta, le había ido sonriendo a todo amante del café que había encontrado a su paso.