Ayer la reencontró en la Bajada. El ruido de los tambores, bucios, ramas de pino y laurel, acompasaron el descenso. La certeza les mantuvo unidos en los sueños aunque la vida les convirtiera en simples ensoñaciones intangibles. Pero allí estaban, de nuevo juntos. Ya nada podría separarles.
Se levantó ilusionado. No dejaba de imaginarla mientras se vestía de romero. Los pasos le arrastraron a su destino mientras la pensaba. Sin saber cómo, apareció en la oficina. Debía ser lunes, ¿quién le robó el domingo? Sus compañeros le miraron con cara de “Este tío está cada vez más majareta”. Incluso ella torció el gesto y negó con la cabeza al verle. Ella, la que esperaba encontrar en la Romería. Ella. Ella, su jefa, no estaba vestida de típica sino de ejecutiva implacable: “Parece que la fiesta fue intensa, Rivero. Vaya a cambiarse y esta tarde se queda a recuperar el tiempo perdido.”.
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