En la ciudad extrañaba el trino de los pájaros. Me hipnotizó su canto como a Ulises el de las sirenas. Por eso lo compré; yo que odio las aves enjauladas.
Esta mañana me despertó el silencio, gritándome su inhóspita soledad. Me acerqué a ver si el Canario dormía. Pestañeé varias veces porque no lo podía creer. En el suelo de la jaula, un hombre chiquitito, de cuclillas, se abrazaba. Terminamos siempre enjaulando la libertad, pensé. Abrí la puertecilla de alambre y el pájaro voló trinando a la búsqueda de una rama donde, a gorgoteos, derramar su felicidad.
Una respuesta a “Libertad enjaulada”
A mí tampoco me gustan las aves enjauladas. Bueno, ningún animal.