
Bucea para preguntar a los bucios por el amado. Llena de salitre los pulmones hasta casi reventarlos. A través del cristal salado, entre anémonas y chuchos amarillos, descubre el reflejo del amante: un verde cadáver sin navajas. Sin temor, desciende hacia los abisales juegos del intelecto hasta alcanzar la utopía.
Ahora, los restos del naufragio son la lápida de su intuición. Tanta alma de tiburón aplicó en rozar lo intangible, que su coraza de cangrejo permanece flotando libre en la orilla, mecida con los vaivenes del océano imantado de luna.