Querido José:
Hace tiempo que sé que nada es casual. No sé si hace un mes que tuve la oportunidad de charlar contigo después de muchísimos años. Y como siempre, la charla nos marcó a los dos. Te vi viejito, con ganas de bajar los brazos, pero tu rostro se iluminó al reconocerme: se te saltaron las lágrimas, me besaste y me abrazaste, me dijiste que te acordabas de mis hijas cada día (porque cada día te acordabas de tu nieta y de cuando la llevabas a rehabilitación y allí coincidíamos en la batalla). Fuiste un padrazo y abuelazo. Más bien debería decir fuiste TODO para tus hijas y tus nietos. Fuiste un hombre bueno, trabajador, cariñoso, un resiliente cuando esa palabra era casi desconocida.
Eras un hombre joven, muy joven, cuando perdiste a tu esposa amadísima, cuando tuviste que ser madre y padre de dos niñas, la pequeña con tan solo tres años. Seguiste con tu negocio, cuidando de las cabras, de tus suegros, y todavía te quedaba energía para organizar las quedadas en el campo de la familia Luján. Te recuerdo siempre riendo, bromeando, alguna vez enfadado si te enterabas de que pintábamos la calva de Papá Juan o cuando nos cargamos al patito por pretender bañarlo. Te recuerdo siempre cariñoso, con mis abuelos, con mis tíos, primas, padres, hermanos. Siempre me sentí muy querida por ti.
Nuestro último encuentro no fue en el lugar más agradable del mundo ni tú estabas del mejor humor, sin embargo reímos, nos miramos a los ojos, lloramos, sentí tu agradecimiento aún cuando te reñí por comportarte como un niño perretoso, por decirte que tenías que cuidar de quién te cuidaba, y parece que me hiciste caso. Fíjate tú, sentí que me respetabas; respetabas a la mocosa a la que en su día subías a tus hombros para trotar con ella por los montes. Creo que los seres libres nos reconocemos y nos entendemos. Te prometí aquel día subir a verte a tu refugio, a tu paraíso, le hice prometer a tu hija que te dejara tener una cabra. No nos dio tiempo. Tu vida fue perdiendo sentido cuando te diste cuenta de que tu cuerpo ya no respondía como tú querías, que aunque tus manos siguieran enérgicas y flexibles, algo fallaba en aquella máquina que escapaba a tu control. Creo, querido José, que sabías que tu misión en la Tierra había concluido: sacaste adelante a tus hijas, a tus nietos; cuidaste de tu terruño y de tus animales mientras el cuerpo lo aguantó. Para qué seguir viviendo. Desde siempre anhelaste volver a reunirte con tu amada pero no podías, la vida te fue poniendo un obstáculo tras otro, siempre había alguien querido que te necesitaba: mientras fueras imprescindible aguantarías.
Te fuiste como viviste, con dignidad, con honestidad, con las cosas muy, muy claras. Eres el mejor ejemplo de superhéroe que conozco: toda una vida siendo el pilar fundamental de tu familia. Sé que tus hijas y tus nietos sufrirán con tu ausencia, que todos los que te conocimos sufriremos. Pero dejaste todo en orden, seremos felices al recordarte con esa energía bondadosa que irradiabas. Seremos felices al saberte donde querías: descansando, por fin, junto a tu amada.
Gracias por tu paso por esta Tierra, querido tío (no tenemos la misma sangre pero para mí fuiste un Luján).
Nunca te irás, te recordaremos eternamente. Volveremos a encontrarnos y sonreiremos de nuevo.