Se abre la veda.
Señalamos la presa con una anilla imaginaria
de materia descompuesta:
herrumbre de batallas antiguas,
bilis de celos cabalgantes,
toneladas de algodón en los tobillos de Hermes.
Sin quererlo, sin buscarlo, sin soñarlo;
nos mentimos.
Llegan ecos de voces no atendidas,
lanzadas con furia
en competición por alcanzar la mayor distancia
con el escupitajo.
Empeñados en unir las bolas de mercurio,
desperdigadas por el suelo rancio del dormitorio,
cuando la desgana hizo añicos
todos los termómetros.
¡Ay! ¿Quién cree ya al que se dice enamorado cuando el resultado de todas las ecuaciones señala que el amor es un invento?
Y volvemos a flotar en una corriente de plancton
destinados a varar en cualquier orilla,
buscando con desesperación un Wilson
que atienda, por enésima vez, nuestros lamentos.
RAQUEL ROMERO LUJÁN