Cuando el verdugo encuentra belleza en el dolor


Estaba triste, agobiada. 

Fin de semana en casa con cientos de obligaciones, contigo enfadado (recriminando, exigiendo, pidiéndome ser quién no soy; cómo no soy). De repente decides: “¡Vamos a la laguna a sacar fotos que las flores están preciosas!”. No tengo ganas, me siento gorda, fea, malquerida, imperfecta, pero es más importante la foto porque la haces tú.

Los niños están merendando, el mayor aún con la manzana en la mano dándole diminutos mordiscos de ratón. Llevan puestos los sombreros que compré en mi tienda favorita de Madrid, la que visitaba cada seis meses aprovechando que iba a la consulta con el pequeño.

Sombreros para el verano.

Es primavera, seguramente mayo o finales de abril. Llevo un panty azul raído y una camiseta roja espantosa. Así tengo que posar: con mi cara de tristeza infinita; por tu malhumor, por hacerme sentir insuficiente.

 Los niños te temen, yo te sufro.

Meses después me regalas la foto ampliada y enmarcada. La cuelgas en un sitio muy visible de la casa.  Aún permanece allí recordándomelo todo. Un ocho acostado, a veces elevado a sí mismo, empleábamos para despedirnos en cada nota: un símbolo que debía significar: “Te amo infinito” pero que, ahora lo sé, quería decir: “Te hago sufrir infinito, amor”.

¿Amor?


Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: