Los tres amigos se contaban confidencias entre copas de vino y dulces artesanales en una tarde plácida animada por el canto de los pájaros. El ambiente tranquilo hacía que todos se abrieran a la emoción, no a la cursilería ni a la banalidad sino al dejarse mecer por la energía de los otros y así llegar a sentirse unidos con la naturaleza. Allí, en aquel escenario campestre, eran muy felices. Nada podía con ellos, querían comerse el mundo a versos. Pasaban los años y continuaban remando al unísono, aunque a veces quisieran divergir ni intentándolo lo conseguían y era extraño porque el paisaje era tan hermoso que animaba a la imaginación. Casi se podría decir que llamaba a la magia. Sabían que tal cosa no existía, pero merecía la pena invocarla. Corrijo, merecía la alegría. La alegría de estar vivos, de compartir las experiencias, las enseñanzas nuevas de los instantes vividos. Todos los momentos que quedarían guardados en algún recuerdo extraviado de un sastre loco con la casa llena de sombreros desperdigados por el salón, con los botones como muestra de un futuro deshilachado.
Edición del Cadáver exquisito perpetrado por Coca de Armas Fariña, Adrián Carballo González y Raquel Romero
