Escribo porque me divierte jugar con las palabras, retorcerlas, ponerlas en lugares insospechados, crear historias de la nada, de un gesto, una imagen o un acontecimiento, dejar que la imaginación me lleve por derroteros inesperados.
Escribo porque me encanta parir personajes, otorgarles rasgos propios, personalidades dispares, hacer que interactúen, ponerlos en conflicto y ver como solventan las dificultades por sus propios medios.
Escribo porque me apasiona el oficio: tachar, corregir y corregir hasta lograr la música adecuada.
Escribo porque no hay nada que me produzca más placer que el estado que alcanzo cuando leo o escribo; el silencio violado con palabras.
Escribo porque soy la “eterna aprendiz”, porque aspiro a hacerlo mejor cada vez y disfruto al dudar, cuando releo mis textos, si soy yo la auténtica demiurga de esos universos.
Escribo, como decía Clarice, porque otros me deletrean aunque no sepa cómo, dónde, cuándo ni las emociones que generarán en ellos mis escritos; ni me importa.
Escribo porque a lo largo de los años ya son muchos los que me insisten: escribe, no dejes de escribir.
Escribo porque respiro.
Escrito el 18/06/22 para Diálogos literarios en la Biblioteca de Arucas (Gran Canaria).
