Gran parte de mi infancia, de la de mis primas y hermanos, está construida con recuerdos en los que tú estás.
Muchas veces nos quedábamos con ustedes, porque Carmen y tú eran uno, en aquel apartamento en Playa del Inglés. Aquellos días de mar y sol, de las duchas posteriores durante las que nos gritabas:»¡Venga, ligeritooos!», para que no derrocháramos agua, porque en Canarias hay muy poca. El olor a… Petit Cheri Legrain… y aftersun de Eclan que llenaban todo el espacio que habitábamos. Tus cabreos si te quedabas dormido en el sillón, con los dedos entrelazados sobre la barriga como si te la estuvieras sosteniendo, y te despertábamos con el alboroto de nuestros juegos infantiles.
Recuerdo los picoteos que preparaban en la mesita del salón, siempre con un partido de fútbol o cualquier evento deportivo como banda sonora. Los partidos de la Unión «depresiva» Las Palmas, de España o del Madrid eran religión y los Juegos Olímpicos, por supuesto. Creo que por tu «culpa» disfruto de cualquier retransmisión deportiva ya sea billar, ajedrez, patinaje o golf. Alucinabas con la capacidad de las nadadoras de Europa del Este y te cabreaste al enterarte de que estaban dopadas hasta las trancas.
Mis primas mayores recuerdan la casa de Sor Brígida, en Santo Domingo, aquella puerta de color gris plata hecha de hierro forjado a la entrada, los suelos de baldosas blancos y negros formando rombos, el baño, gigante para los niños que eran entonces, con su enoooorme bañera. Te recuerdan a ti afeitándote en pantalón corto y camisa blanca abotonada, con las mangas remangadas. Recuerdan a Carmen en la cocina de puertas verdes de madera y a tus hermanos en la planta alta.
Recuerdan los días en Playa del Inglés en casetas cuadradas de lona y madera, los tenderetes que formaban los mayores con las sillas de tijera y la mesa plegable. Los ratos con Pepín y Mariluz o los demás vecinos, los juegos con MariCarmen.
Recordamos las tardes en la azotea de nuestros abuelos en San José y tú, como siempre, tomando café, leyendo el periódico o el Marca, escuchando la radio o viéndonos jugar o comer gofio. Te recordamos escuchando música clásica, a los Beatles, Boleros o a Frank Sinatra. ¡Pero qué buenos son! ¡Qué maravilla! -exclamabas.
Tenías un nombre para cada una: «Malena, Malenita» le decías a Inmaculada, «Doña Nuera» a tu suegra Mamá Carmen, María era «Macame», Trini Esther «Quiqué», Tatiana «Katia»…
Recordamos los viajes en el Escarabajo, todos apiñados si íbamos muchos sobrinos en él. El Mitsubishi beige. Los mejores coches son los japoneses -le repetías a quien quisiera escucharte- y duró tanto ese coche que pasó por las manos de mi hermano y por las mías, aunque tuviera los cristales agarrados con trabas de la ropa porque lo peor que tienen es la chapa y la relentada del Sur los destroza -reconocías. Para mis hermanos, cada vez que sufrían una crisis asmática, tu coche era su «Materno», los llevabas a Tafira o Santa Brígida a una o al Sur al otro, para que respiraran; porque a cada uno le sentaba mejor un clima o el otro.
Mi hermano le tiró un piedra a un faro el día que no le dejaste subir una vaca al coche y tú lo recordabas entre carcajadas y toses. Tu risa se asemejaba a «Risitas», aquel perro maldentado, con un pañuelo rojo atado al cuello y gafas de aviador.
Te recuerdo protestando: qué frío, qué calor, es la una, hora de comer… tocándote la panza de forma circular por el «jilorio». Recordamos miles de domingos en el campo con los abuelos, tíos, primos, sobrinas-nietas… en la casa de Santa Brígida, en Valleseco, en Teror, en San Mateo, en el Barranco de la Verga… Tú llamando a Javi, Javi el de la montaña. Las tardes de fútbol en el Insular con Carmen, Trini, Helio, Jorge, a veces mi pareja de entonces (tu tocayo) y yo; alguna vez Javi también. El enorme bocata que le llevaban a Jorgito.
Te recuerdo estudiando idiomas, repitiendo las palabras una a una o coleccionando sellos o billetes y monedas de distintos países. Abriendo nuestras pequeñas mentes hacia otros destinos y costumbres.
Carmen y tú, en aquellos años 70 y principios de los 80, simbolizaban para mí la modernidad que las películas del «destape», esas que tanto te gustaban, a penas podían retratar. Los dos trabajadores incansables, siempre estudiando idiomas, siempre viajando, queriendo estar al día y conocer «lo de fuera»; acostumbrados como estaban a ver el mundo a través de los ojos de los clientes del Hotel Apolo. Recuerdo aquellas revistas de Interviú o de El Jueves que rondaban por tu casa, medio escondidas.
Recuerdo el olor a café desde bien temprano: ¡Carmela, el cafeeeén!, gritándole a Carmen desde la cama sin levantarte. Te recuerdo rellenando quinielas, soñando con ganarte «los millones». Ayer me contaron que la semana pasada le gastaste una broma a una cuidadora: «¿Ves esa casa? Pues es mía, y esa y esa… -y al rato- ¡Pero mira que eres inocentonaaa!
Te recuerdo decirme: ¡Fuerte chiquilla fea esta! Y, ya de mayor: eras una niña muy linda pero de adolescente te pusiste fea, pero fea fea, menos mal que con el tiempo mejoraste porque no había quién te mirara.
Recuerdo los veranos con Juan Milán, Juana Teresa, Marisaro, Chango, Marieli, Javier, Víctor, Orlando y Chano. Aquel viaje por la península y Portugal, con ustedes, mis padres y la niña quejica y caprichosa que yo era. Tus resoplidos por el calor, por las paradas de mi padre para sacar fotos o ver «cachos de piedra», los cabreos por el modo de conducción, el itinerario o porque no íbamos a llegar a tiempo de ver el fútbol. Recuerdo las discusiones con José, Miguel, Paco o con Pepe Luis -como llamabas a mi padre- sobre política, religión o fútbol. Siempre desde el afecto mutuo a pesar de las dispares ideologías o creencias. Ahora pienso que eran auténticos debates, aunque elevaran el tono de voz, porque si algo tenías, Juanero, era intensidad. Realmente, tus cuñados fueron como tus hermanos, tu familia elegida más que política, aún sin tener la misma sangre.
¡Naranjero! -parece que escucho a Carmen llamarte. La veo apartar para ti el mejor trozo de tarta, la mejor torrija o la mejor tortilla de Carnaval.
Recuerdo tus visitas a casa de mis padres, siempre tres toques al timbre, ya sabíamos que eras tú y contestabas: ¡Panadero! Raquela, me llamabas (llevo desde ayer intentando recordar qué nombre tenía yo para ti y me vino ahora, cuando falta solo una hora para tu incineración). Mis primas recuerdan tus visitas a la tienda de José y que salían a tomarse el «café, cafételojuropormimadre», tus visitas a casa de Alicia y Miguel, a la Casa de Socorro o al despacho de Paco Galván. Cultivaste las amistades y los afectos cuando todos andábamos siempre enredados con obligaciones. Siempre dedicabas un rato entre semana para hacer «tus visitas». Facilitando encuentros sin festejo o fecha señalada de por medio, cualquier día era bueno, por el placer de verse y charlar.
Recordamos encontrarte por Triana, buscarte con la mirada entre los bancos donde te sentabas con otros viejos a soltar un ¡Coñoooo! cuando pasaba una muchacha ligerita de ropa. Te recuerdo en un sillón, agarrando los extremos con las manos y tamborileando los dedos, mirando el reloj desesperado, porque «¡¡¡Coño, Trini, deja ya el alicatado!!!», mientras esperabas a que mi madre se arreglara para salir.
Los recuerdo, a Carmen y a ti, en el pisito de La Alameda, cada uno con su televisor, tú con tu Canal Plus y ella con sus Sálvames de colorines o sus telenovelas. Recuerdo que siempre era agradable verles, aunque fuera pocas veces a llevarte a mis hijas o a disfrutar de las miles de anécdotas sobre el hotel, los viajes o nuestras travesuras infantiles.
Y, ¡como no!, hace dos años recuerdo tu desconsuelo porque Carmita partió antes que tú: ¡Qué voy a hacer sin ella! ¡Qué solito me he quedado! ¡Tendría que haberme ido yo primero!
Cada día la llorabas, cada día decías sentirte viejo y cansado, querer irte con ella y sus recuerdos.
Y por fin te llegó el día, Juanero. Estén donde estén, se habrán reencontrado y estarán paseando escuchando «el parte», fútbol o música -¡Ya no se hace música como la de antes! -estarás refunfuñando, o tal vez habrán ido a echar la quiniela, estarán atendiendo a extranjeros o viajando donde quieran.
Estarás diciendo que qué coño hacemos aquí despidiendo un cuerpo cuando tú ya nos estás ahí, que ya eres libre, libre por fin de ese cuerpo lleno de achaques. Nunca te gustó la vejez. ¡Y mira que tuviste tiempo de acostumbrarte a ella!
Tuviste una buena vida, mucha gente que te quería, amigos, cuñados, sobrinos, vecinos, compañeros de trabajo… era imposible no quererte, con tus bromas y majaderías del niño grande que siempre fuiste. Tuviste a tu lado a una gran compañera que atendía a tus caprichos y necesidades casi sin tener que abrir la boca, que aguantó, con mucho amor, tus desaires y maloshumores pero también tus bromas y tu vitalidad.
No te dejamos solo, te acompañamos durante el duelo, te cuidamos como al niño desvalido que perdió a su madre-esposa con 90 años.
Se te facilitaron todos los cuidados y atenciones respetando tus rutinas: tu café en la cama, tus paseos por Triana, tu Canal Plus, tus comidas «por fuera» una vez en semana. Siempre atendido por mujeres.
Sé que te gustaría, y lo voy a hacer, que agradeciera la labor profesional y humana, vaya aquí el agradecimiento de los que te quisimos, hacia tu «sobrina» Almudena (a la que tú llamabas así y no lo era pero así la sentías) y a Marta, tu sobrina-nieta. Ellas que se han pasado dos años en alerta permanente para que no te faltara de nada. Nuestro reconocimiento y gratitud también hacia todas las cuidadoras que han pasado y batallado contigo tus últimos tiempos: Eva, Loly, Ligia, Dolores, Eli… ¡Gracias!
Al final no somos sino el recuerdo en el corazón de quién nos quiere.
Naranjero, sabemos que ahora, donde quiera que estés, estarás mirando el reloj y protestando porque esto se alarga, pero sé que te gustará que suene está canción que parece escrita para ti.