Mañana hará una semana que no quisiste despertar, que mientras trabajaba (liada como la pata de un romano) leía los mensajes de Rosi, tu cuidadora, preocupada porque eran casi las doce de la mañana y tú no despertabas, respirabas pero no despertabas. Quise ir a verte después de almorzar pero llamé a casa y me dijeron que estaba tu nieta con sus hijos: que abrías los ojillos, los mirabas y sonreías. Yo había quedado para pasar la tarde con Marina y pensé «me quedo esta noche allí». Sabía papá, como esas cosas que me dicta mi intuición, que no tienen mucha lógica y que estoy aprendiendo a leer entre líneas; sabía, papá, que iba a ser el último día en el que vieras la luz del sol. Y nos fuimos a ver como el mar se tragaba el día en las piscinas naturales de Agaete, mientras me consolaba contemplando la cola de dragón que tiene para mí una magia ancestral. Y mientras miraba a mi hija y a mi chico sacar fotos a una escalera que se hunde en el cristal marino, mientras levantaba la mirada hacia Tamadaba y el verde de sus pinos, mientras las nubes jugaban con el sol al escondite, sabía, querido padre, que no volvería a escucharte decirme que me quieres. Cuando ya había dejado a «tu niña» en Telde volví a hablar con tu cuidadora para decirle que nos quedábamos en Las Palmas pero ella me insistió en que estaba mi hermana y que no era necesario. Siempre apago el móvil para dormir, la noche del 2 al 3 lo dejé encendido y sonó a las tres de la madrugada y una vocecilla compungida me dijo: Raquel, su papá no respira. Tranquila, me ducho y bajo. Y luego la llamada de mi hermano: ya estoy duchada y voy para allá. Yo también me duché y recogí porque estamos en el Sur. Habrá que llamar al seguro… pero primero hay que certificarlo… Acordamos no avisar a mi hermana sino hacerlo al llegar allí. Mi padre me había reservado un sitio en la puerta de su casa, que luego cedí a mi hermano y yo llevé mi coche al garaje. Mi hermana ya estaba allí, sentada a su costado, con su mano tomada y acariciando su frente, aún estaba caliente. Le eché su colonia, esa que me pidió para Reyes un año y que luego siempre me reclamaba cuando le quedaba poca. ¡Conseguí que cambiara Aguabrava por Eternity! Eternity… El último día me pidió que le mirara una llaguita que le estaba naciendo en una nalga, el enfermero viene el viernes, papá, le dije y me miró como diciéndome: quiero que lo hagas tú porque eres mi hija-enfermera. Cuando se enfadaba porque no le gustaban las directrices que le daba: tienes que tomarte la medicación, el zumo de naranja, tienes que intentar caminar… Siempre me decía: ¿Eso lo dice la hija o la enfermera? Y yo le contestaba: las dos papá, lo dice la enfermera y lo dice la hija. Cuando hace meses vino a buscarlo la ambulancia, estuvo siete horas en urgencias y mi hermano y yo en su cabecera… decía aquí estoy muy bien, con mi hijo y mi hija, mi médico y mi enfermera: estoy rodeado de ángeles. Cuando iba a sacarle las analíticas una vez por semana, cuando fui a ponerle el antibiótico durante diez días seguidos (con aquel palo de suero inventado: una escalera de tijera, un bolígrafo y un tomo de la Larousse) siempre me decía: muchas gracias mi hija. ¡Qué suerte tengo!
No fue fácil ser tu enfermera de cabecera como tampoco lo fue para Jose ser tu médico, porque tú eras nuestro padre. Al principio era fácil sacarte sangre, canalizarte una vía pero solo podía utilizar un brazo porque en el otro tenías la fístula para la hemodiálisis y la cosa se fue complicando y ya no podía acertar a la primera y no fue fácil fallar… Cuando llegaba a las 7h para la analítica, sin abrir los ojos me sacabas el brazo de las sábanas y seguías durmiendo, jamás, ni una sola vez, te quejaste ni hiciste una sola mueca de dolor: papá, te pincho sin aguja como hacías tú, como hacía abuelo.
Siempre les digo a mis pacientes: tranquilo, yo pincho sin aguja, como hacía mi padre… Y cuando me dicen: tienes manitas de oro… yo contesto: son heredadas de mi padre y de mi abuelo.
Cuando alguien, que no me conoce, me ve y me dice: ¿Tú eres hija de José Luis Romero, el practicante, verdad? Eres igualita a él. Su vivo retrato. Respondo orgullosa que sí.
Me siento heredera de tu legado, querido padre.
No sé si en un futuro habrá más enfermeros o médicos en esta familia pero mientras esté viva y lo esté mi hermano, mi primo, seguiremos siendo los Romero: los cuidadores, los sanadores. Los que con una sonrisa o una caricia hacemos más llevadero el dolor.