Un bonito nombre para el día en que naciste. Mi primera librería fue la tuya. Allí encontré todo lo de Galdós, todos los premios Nobel de literatura, todos los premios Planeta (cuando se lo daban a los buenos), todas las novelas de Agatha Christie, la enciclopedia Larousse que me encantaba leer, así sin más, solo por el placer de aprender.
Por las noches, siempre te ibas a la cama acompañado de un libro; cuando no era de Medicina era uno de esos tomos bellamente encuadernados.
Luego, más tarde, te encantaba que te leyera o recitabas poemas que recordabas desde la época de la escuela o fragmentos teatrales que interpretaste siendo un jovenzuelo al que le encantaba jugar al balón en Santo Domingo y leer a todas horas.
«Yo era un gandúl que sólo pensaba en fútbol y en literatura» -me decías siempre. Un «gandúl» soñador que cuando maduró un poco se fue a Cádiz a estudiar la carrera y cuyo primer destino como Practicante fue en un pueblito de Tenerife y en su primera guardia le llevaron en mula y «menos mal que el bebé nació antes de que yo llegara porque de partos no sabía nada», me contabas.
Un gandúl soñador que se pasó toda la vida trabajando y estudiando a destajo. No eras un gandúl, papá, fuiste el que me enseñaba una palabra nueva cada día y por eso me llamaban el Libro Abierto; porque yo, de niña, era igual de curiosa que tú y todo lo preguntaba (y así sigo).
Tú fuiste mi mejor biblioteca, querido padre. Muchas felicidades por tu vida, por tus sueños, por tu mente inquieta y tu alma generosa y amorosa. Feliz día de las librerías, papá.

