Mi niña-mujer Leire:
Llueve y me acuerdo de ti. Aquí en Teror, en tu casa de la infancia llueve mucho, como lo hace en esa otra casa que te acoge para que estudies lo más cómoda posible. No necesito que llueva para acordarme de ti, me acuerdo cada día, todos los días de mi vida desde que imaginaba tener una hija. Eres mi hija adorada. Eres maravillosa. Tienes un corazón que no te cabe en el pecho, un alma que desde bebé siempre se preocupó por los más frágiles, por los más débiles. Eres una mujer altamente sensible. Recuerdo como si fuera hoy a aquella pequeñita de cabeza llena de risitos de ángel, bondadosa, que fuiste novia de todos los de tu clase y de algunos de la de tu hermana porque si te lo pedían ¿cómo decir que no? Y luego te quedaste siéndolo quizá del más débil, el que no pronunciaba bien, al que los otros no incluían en sus juegos. Recuerdo aquellos primeros días de cole donde te acercabas a las nuevas compañeras y hablabas con ellas para que no se sintieran solas o raras. Nunca buscaste protagonismo pero me llenaba de orgullo cuando las profesoras me decían: si preguntas a cualquier niño por su mejor amiga te contestan que Leire y luego tal vez te nombren a otro, pero para todos la mejor amiga posible es Leire. Y así eres, mi amor, la mejor amiga que alguien puede tener: fiel, íntegra, confiable, cariñosa, tierna, prudente, responsable, justa, sensible… un alma cuidadora que tiende a quedarse en un segundo plano por no molestar, por no interrumpir… observadora, atenta a las necesidades de los otros. Lo demuestra que sigas teniendo a tu mejor amiga desde los tres años, tu compañera de confidencias y aventuras. Siempre al lado de los más vulnerables. Eres una mujer valiente, capaz de irse sola a estudiar a otra isla, sin su gato, su hermana, su mejor amiga o su amadísima abuela. Una mujer segura de sí misma, luchadora, trabajadora, autoexigente. Te recuerdo cargando con Juana cuando era casi de tu tamaño, protegiendo a Osita en los traslados para que no le pasara nada, leyendo incansable, comiendo miguitas de pan, queso o jamón «del bueno» en casa de los abuelos, llevándote a escondidas algún juguetito, haciéndote la dormida para que papá te llevara en brazos a la cama. Recuerdo las noches leyéndote acostada en la alfombra, recuerdo el libro de los peces de Canarias o los de astronomía que leías y remirabas incansable, recuerdo cuando me enseñabas que se habían descubierto nuevas lunas o nuevos planetas. Recuerdo las tardes en la piscina, tu carita a penas saliendo del agua para no perderte ninguna indicación del monitor porque nunca te ha gustado defraudar a quien trata de enseñarte, los paños que calentaba al microondas cuando tenías aquellos terribles dolores de oídos, tus picores por la dermatitis, tu paciencia cuando te ponía crema o te daba tirones al peinarte, las tardes eternas con los aerosoles, la cebolla partida en la mesa de noche para que la tos te dejara dormir, la crema de corticoides porque los mosquitos siempre te elegían a ti. Admiro tu respeto por los educadores, tus ansias de superación. Recuerdo las tardes y noches peleando si te parecía que un dibujo no era perfecto, recuerdo que a mí me parecía que dibujadas de maravilla pero tú nunca lo considerabas lo bastante bueno. Recuerdo lo orgullosa que me sentía cuando me leías tus cuentos (no sé porqué cuando se trataba de hacer alguna actividad creativa te sentías insegura), tantas y tantas veces que me pedías que volviera a preguntarte la lección antes de un examen y a mí me parecía exagerado porque recordabas hasta las cosas que decía el profe en clase y que habías anotado en los bordes del libro. En todas las tutorías me decían que eras la alumna ideal pero no por lo buena estudiante que eras, que siempre lo has sido, sino porque ayudabas a tus otros compañeros. Eso te honra, mi queridísima hija. Recuerdo las tardes en el coche y tú contándome cada minuto de tu día, cada conversación, cada juego (¡no sabes cómo lo añoro!). Recuerdo tus caritas de desconsuelo cuando te llevaban la salchicha o la magdalena sin gluten mientras los otros se daban un festín en los cumpleaños y lo agradecida que estabas con tus compañeros y sus padres por tener siempre cosas especiales para ti. Recuerdo cuando yo tuve que comer sin gluten y me saltaba la dieta y tú te enfadabas porque era mejor que olvidara de una vez como saben las cosas con gluten. Recuerdo lo doloroso de dejarte en casa por tener que pasar días y noches al lado de una cama del hospital con tu hermana. No te puedes imaginar lo doloroso que era no poder darte el beso de buenas noches, no poder arroparte, saber que te faltaba en casa, yo también sufría tu ausencia. Me consolaba que dormirías en mi cama con papá y que eso te encantaba pero no hay consuelo para una madre que no puede pasar cada noche con su hija. Mi vida, mi amor, eres una hija maravillosa y, pase lo que pase, haya pasado lo que haya pasado, yo he estado, estoy y estaré siempre a tu lado (aunque sea en la distancia) para todo lo que necesites. Eres libre de dudarlo, sé que mi palabra no te vale porque perdiste la confianza en mí (como me dijiste cuando me preguntaste por la naturaleza de los Reyes Magos: mamá, tú eres la persona en la que más confío en este Mundo, necesito que me digas la verdad) sé que ya no lo soy pero será la vida la que demuestre que puedes confiar en mí y que me tendrás mientras viva e incluso cuando no tenga cuerpo físico.
Mi mayor orgullo es lo buena persona que eres. Te amo profundamente tal y como eres. Nunca he dejado de hacerlo. Nunca he querido que seas diferente y siempre te he amado tal y como fuiste, eres y serás, porque el ser humano está en continua evolución: nos equivocamos y si aprendemos de los errores podemos irnos mejorando a nosotros mismos. Eres un ser extraordinario y, ni por asomo, hubiera soñado jamás con ser la madre de un ser tan maravilloso como lo eres tú. Ojalá seas consciente de tu valía. Yo lo soy, querida hija.
